martes, 4 de diciembre de 2007

SACRIFICIOS DE NIÑOS EN EL ANTIGUO PERÚ

Las personas que estudiaron la historia del Perú en las escuelas de hace 40 años recordarán sin duda que en los textos escolares se leía que los antiguos peruanos desconocían los sacrificios humanos con fines rituales; es más, se decía que los Moche sólo sacrificaban animales, al igual que los Incas. Actualmente, si bien semejante mentira ha sido ya desterrada de los manuales de historia, sin embargo, ocurre algo que es de igual lamentable: que se silencie sobre este tema, quizás bajo la idea equívoca de solo enseñar a los jóvenes “cosas constructivas”. Tampoco he encontrado en la red páginas confiables referentes a los sacrificios humanos que hacían los incas, y por ello, a fin de que se conozca con más detalle estos hechos, paso a copiar el siguiente texto.

LA CAPACCOCHA ó CÁPAC UCHA


Cada cuatro años, y algunas veces cada siete, se hacía el gran sacrificio llamado Capaccocha, el cual era general en todo el Imperio. De las cuatro partes del mundo (Collasuyu, Chinchaysuyu, Antisuyu y Contisuyu) y de cada pueblo salía una comitiva encabezada por los sacerdotes locales que se dirigía al Cusco llevando en procesión a sus ídolos (llamados huacas); junto con ellos llevaban a niños o niñas de 10 años de edad, escogidos de entre los de mayor belleza y perfección, además de ropa, ganado, plumería, pequeños costales de coca, molido de conchas marinas y figurillas de oro y plata representando llamas, en calidad de ofrendas que hacía el pueblo. Los ídolos eran alojados en un recinto del Coricancha o templo principal del Cuzco, y después salían en procesión solemne a la plaza de Huacaypata, donde en presencia del Inca, se preguntaba a los ídolos si el año sería próspero o no, si el inca tendría larga vida o se moriría y si se levantarían enemigos, si habría peste entre la gente y el ganado. Respondían los sacerdotes, en nombre del ídolo que tenían a su cargo, dando respuestas tranquilizadoras. Luego el Inca hacía dividir las ofrendas en cuatro partes, una para cada uno de los suyus, y después de hecha la distribución, les decía: “vosotros, tomad cada uno su parte de esas ofrendas y sacrificios y llevadla a la principal huaca vuestra y allí sacrificadla”. Y los sacerdotes regresaban a sus lugares de origen y sacrificaban a los niños, que eran ahogados y enterradas junto con las piezas de oro y de plata; el resto de las ofrendas eran quemadas. En el Cusco y dentro del marco de dicha festividad también se sacrificaban niños en honor al Hacedor (Ticci Wiracocha), a quien rogaban diese al Inca larga vida y salud y victoria contra sus enemigos; que durante su gobierno estuviesen sujetas todas las naciones y que viviesen en paz, multiplicándose y que tuvieran abundantes comidas. Después de esta oración, ahogaban a las criaturas, dándoles primero de comer y beber, diciendo que no llegasen donde el Hacedor con descontento y hambre. Extraían los corazones y los ofrecían a la huaca cuyo rostro era untado con su sangre. Los cuerpos de las víctimas junto con las ofrendas y demás sacrificios eran enterrados en Chuquicancha, un pequeño cerro que está encima de San Sebastián, a media legua del Cusco. Luego procedían a hacer otros sacrificios al Sol, al Trueno, a la Luna y a la Tierra. Los últimos sacrificios se realizaban en el cerro de Huanacauri, a la huaca de ese nombre, con procedimientos semejantes y oraciones con un contenido similar. Dice el cronista que relata todo esto (Cristóbal de Molina) que era tantos los lugares que tenían dedicados para sacrificios en el Cusco que sería mucha prolijidad mencionarlos. La capaccocha daba lugar a festejos con taquis o cánticos jubilosos y el Inca ofrecía al pueblo comida y bebida en abundancia.
Una de las tres momias incas conocidas como los "Niños de Llullaillaco", descubiertas en 1999 en la cima de un volcán de Argentina. Fueron sacrificados como parte del ritual de la Capaccocha.


Por su parte Hernández Príncipe (fines del siglo XVI) hizo la siguiente descripción del Capaccocha, dándonos mayores detalles sobre los sacrificios humanos:

Se celebraba cada cuatro años y se cogía cuatro niñas de edad de 10 a 12 años sin mancha ni arruga, de belleza excepcional, hijas de gente importante, y a falta de ellas de la gente común; las cuatro eran llevadas al Cusco y representaban a los cuatro suyus, todas salían a un mismo tiempo y cuando iban por los caminos salían a su encuentro los pobladores de cada comunidad, llevando en procesión a sus huacas; las niñas destinadas a la Capacocha eran conducidas con la huaca principal de su tierra y con sus curacas y servidores, entraban al Cusco poco antes de celebrarse las fiestas del Inti Raymi; y salían a recibirlas los vecinos de dicha capital. El inca y los de su Consejo se habían ya confesado y lavádose en el río Apurímac. Entraban las jóvenes al Aucaypata (Huacaypata, plaza principal del Cusco), donde ya se encontraba sentado el Inca en su escaño de oro y junto a él por su orden las estatuas del Sol, y del Trueno y los cuerpos momificados de los Incas, interviniendo los sacerdotes que dirigían el rito: daban dos vueltas por la plaza, haciendo venias a las estatuas y al Inca, el cual, con semblante alegre, las saludaba, y dirigiéndose hacia el Sol, en “términos oscuros”, daba a entender que ofrecía a las electas y le rogaba las aceptase. Brindaba en seguida en dos aquillas de oro, derramando el líquido que debía beber el sol de uno de los vasos. El Inca aparecía rodeado de las pallas. El propio monarca “se refregaba entonces el cuerpo con estas muchachas (...) por participar su deidad” y el Sacerdote Mayor del Sol degollaba una llama blanca y con su sangre hacía asperje a la masa de harina de maíz blanco que llaman zancu y comulgaba el Inca y los de su Consejo, diciendo primero: “ninguno que estuviera en pecado sea osado de comer de este Yaguar-sancu porque será para su daño y condenación”. Repartía la carne de llama sacrificada en cantidades mínimas, como si fueran reliquias y convidaba a las electas. La fiesta duraba muchos días, siendo sacrificadas 100,000 llamas (!).


Las jóvenes que debían ser sacrificadas en el Cusco eran conducidas a Huanacauri o la casa del Sol, y después de adormecerlas se las bajaba al fondo de una especie de cisterna sin agua, en cuyo fondo, a un lado se había hecho un depósito, en el cual la víctima era emparedada viva. Las demás eran enviadas por el Inca a sus lugares de origen, en los que les aguardaba idéntica suerte. Los padres recibían, en compensación, especiales privilegios, sobre todo dándoles autoridad y nombrando sacerdotes encargados de las ceremonias anuales que debían celebrarse; servía esta Capacocha de guardia y custodia de toda la provincia.

Hernández Príncipe nos ha transmitido también el relato sobre uno de esos cultos de provincias que se realizaba en torno a las víctimas del Capaccocha. El pueblo donde recogió tal relato era Aija, a dos y media leguas de Ocros; la muchacha sacrificada se llamaba Tanta Carhua, hija del Cacique Poma, y por su sacrificio su padre consiguió del Inca el asiento y señorío de Curaca de Aija.

Tanta Carhua tenía diez años cuando fue llevada al Cusco y allí le hicieron muchas fiestas, y a su regreso continuaron haciéndolas; pero ella protestaba diciendo que era bastante con las que ya le habían hecho en la capital del Imperio. Lleváronla entonces a un cerro alto, a una legua de Aija, en que rematan las tierras del inca, y hecho su depósito la bajaron a él y la emparedaron viva. Cuenta Hernández Príncipe que, informado de todo esto fue al mismo lugar, donde hizo que cavaron un pozo hasta de tres estados de fondo, y allí encontraron el terreno bien nivelado y en el remate hecho un depósito a modo de alacena, donde estaba muy sentada al modo antiguo Tanta Carhua, con muchas alhajas, topus y dijes de plata que el Inca le había regalado y muchos cantarillos y ollitas. Su cuerpo estaba ya deshecho y su finísima ropa esgamosada que apenas podía tocarse. Los ancianos refieren que cuando se sentían enfermos o tenían alguna necesidad de socorro, venían a este sitio acompañando a los magos, quienes “asimilándose” a la Tanta Carhua les respondía, con voz femenina, lo que debían hacer en cada caso. Era, pues, un verdadero culto el que le rendían las gentes de su ayllu de Urcon, desde los cerros vecinos, pues era de difícil acceso el lugar mismo donde se encontraba Tanta Carhua. El último curaca, hijo de Cacique Poma y por consiguiente hermano de Tanta Carhua, fue Cóndor Capcha.

Fuente: Luis E. Valcarcel, “Historia del Perú Antiguo”.

SEXUALIDAD EN EL ANTIGUO PERÚ

No hace muchos años atrás, Federico Kauffmann Doig publicó su libro "Sexo y magia sexual en el antiguo Perú", un tema por desgracia poco tratado por otros especialistas de la cultura andina. Kauffmann considera que el sexo en el antiguo Perú tuvo relación con la fecundidad de la tierra y señala que actualmente, en algunos pueblos andinos existen muchos ritos en los que se combina la sexualidad con lo mágico-religioso: "El objetivo de estos ritos es el de solicitar por medios mágicos, justamente la fecundidad de los animales y de las plantas". Menciona como ejemplo, un rito que se conserva en Langui, Cusco, donde para cierta festividad, hombres y mujeres se visten con ornamentos de carneros y llamas y bailan como en una representación sexual

Efectivamente, bajo el Incario existieron muchos de esos rituales. Los jóvenes participaban de danzas rituales de la fecundidad, como aquella celebrada en honor de Chaupiñanca, en que los hombres terminaban bailando completamente desnudos porque creían que al verles en esa guisa disfrutaba más la Pachamama o la “madre tierra”. Otras festividades terminaban en lo que hoy llamaríamos orgías desenfrenadas. Existía también otra festividad de la fecundidad, llamada acataymita, que tenía lugar en el mes de diciembre, cuando empezaban a madurar los paltos, y que consistía en reunirse hombres y mujeres jóvenes en un descampado rodeado de huertas, completamente desnudos; luego corrían velozmente hacia un cerro algo distante, el varón persiguiendo a la hembra, y el hombre que alcanzaba a una mujer, la tumbaba y copulaba con ella. Este rito duraba seis días y se creía que ejercía una influencia mágica en la maduración de los frutos. Sin duda, todos esos ritos tendrían raigambre preinca, y aunque los cristianos trataron de extirparlos, siguieron siendo practicados aún mucho después de la conquista (en la Relación de los agustinos, año 1557, aparece una referencia escueta a la práctica de esta costumbre en la región de Huamachuco).

También hay evidencia de un culto fálico o sea la erección del miembro sexual masculino para invocar la fecundidad de la tierra y de los animales. En Chucuito (Puno) y cerca de la Iglesia principal, existe un bosque de falos agresivos tallados en piedra, conocido como el adoratorio de Inca Uyo (o “miembro viril del inca”, como jocosamente lo bautizaron los lugareños), aunque se cree que originalmente dichas escultura estaban desperdigados por la campiña.

En general, al margen de su relación con lo mágico-religioso, podemos aseverar que los antiguos peruanos practicaron una sexualidad libre de conflictos de tipo moral, viéndo como algo natural el buscar el placer sin más objetivo que el placer. El erotismo estaría presente en todas partes, en todos los actos, en todos los momentos de la vida, el incendio de una mirada, el tocamiento de la piel, en la penetración de los cuerpos, en el embarazo y hasta en el parto, cuando el varón sufre los dolores de la parturienta y se acuesta a su lado, para compartir la dulzura del alumbramiento, escena esta representada en un ceramio moche.

Según vemos en las representaciones de la cerámica escultórica de diversas culturas preincas (Moche, Vicus, Chimú), podemos inferir que la cópula era ejercida de las más diversas formas. Asimismo, de lo expresado en los documentos que nos han dejado cronistas y “extirpadores de idolatrías”, tenemos algunos atisbos sobre las prácticas íntimas de los nativos peruanos; por ejemplo una simple relación sexual entre muchachos no tenía las implicaciones morales o jerárquicas observadas en otras sociedades; ya desde la pubertad e incluso antes (dependiendo de cada sociedad) se adquiría la experiencia amatoria y no era un asunto grave la pérdida de virginidad. Por la documentación existente se deduce también que existían mujeres dedicadas a instruir a los niños en la masturbación y cómo prolongar la erección. Se sabe que en el Acllahuasi o casa de las escogidas, las muchachas entre 13 y 15 años, destinadas a ser esposas o concubinas de los nobles, eran adiestradas por la mamacona (o matrona, o sea la aclla de más edad) en las artes que debía saber una mujer casada, incluido el entrenamiento sexual para que pudieran satisfacer plenamente a sus futuras parejas.

Todo ello ahora lo llamaríamos perversiones o aberraciones, pero para los antiguos peruanos era de lo más sano y normal. Por cierto, más conocido por el gran público es cómo los moches representaron con mucho detalle en sus ceramios diversas posiciones del coito, contabilizándose en número de ocho. Generalmente se representa al hombre vestido y a la mujer desnuda. Como parte del juego amoroso están incluidos el sexo oral y anal. Unos pocos huacos representan también la masturbación y relaciones homosexuales, aunque estos últimos sean más dudosos, por hallarse dañados o fragmentados, o bien porque no se percibe con claridad los detalles. Como ya expliqué anteriormente, todo indica que los ceramios que representaban “aberraciones”, fueron destruidos por las mismas manos de quienes supuestamente debían salvaguardarlos, aunque no sepamos exactamente la cantidad de piezas que sufrieron ese triste fin.

El sexo anal (dentro del ámbito de la heterosexualidad, o sea hombre-mujer) está representado con “frecuencia extraordinaria” en los ceramios moches según señala Kauffmann Doig y se cree que era un método anticonceptivo muy practicado entre los moches, lo cual no es simple suposición gratuita, sino que se basa en indicios razonables. Por ejemplo, existe un ceramio donde se ve a una mujer dando de lactar a su hijo mientras que un hombre la penetra analmente; de esa manera se evitaría el embarazo, pues era regla firmemente obedecida, hasta hoy en el mundo andino, de que la mujer debía evitar quedar otra vez embarazada durante el tiempo de lactancia de la criatura, para no interrumpir la producción de leche materna.

Por cierto, como una muestra de la pobre mentalidad de cierta gente encargada de cuidar el patrimonio cultural, en el "Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú", (MNAAHP) de Pueblo Libre (Lima), cientos de huacos eróticos permanecen escondidos en los depósitos de este enorme edificio; recién en marzo del 2004 fueron sacados "a la luz", tras casi medio siglo de ocultamiento, para una exposición temporal alusiva al tema sexual en el antiguo Perú, pero, una vez concluido el evento fueron de nuevo guardados sin mayores explicaciones. En cambio, cerca de allí, en el Museo Larco Hoyle, la exposición de las cerámicas eróticas está continuamente abierta al gran público.

Saludos
Álvaro S. Chiara G.

MAS SOBRE LA DESTRUCCIÓN DE LOS HUACOS "ABERRANTES"


Quisiera precisar algo más en lo que respecta a la información sobre los huacos eróticos censurados. Eso lo comentó Marco Aurelio Denegri en una diálogo que sostuvo con Federico Kauffmann Doig en su programa televisivo “La función de la palabra”. Denegri destacaba que buena parte de nuestro patrimonio cultural ha desaparecido, no solo por obra de los huaqueros y traficantes de piezas precolombinas, sino por obra de los mismos investigadores y arqueólogos, bajo los impulsos de una moralina y un patrioterismo mal entendido, inaceptable en una labor como esa. Se destruyeron o mutilaron muchísimas piezas arqueológicas que representaban “prácticas degeneradas”, degeneradas según el concepto occidental y cristiano, claro está. ¿Cómo sabemos que existieron dichas piezas? Por ejemplo, en su conocidísima obra “La antigüedad de la sífilis en el Perú”, el gran Julio C. Tello afirma textualmente que “la representación de la cópula de seres humanos con llamas se encuentra con harta frecuencia” en las excavaciones; el asunto es que actualmente no existe NINGUNA de esas representaciones. ¿Qué fueron de ellas? Denegri contó que el doctor Arturo Jiménez Borja le mencionó como vió en una ocasión a la doctora Rebeca Carrión Cachot arrojar al suelo cerámicas con representaciones eróticas que consideraba “degeneradas” o “aberrantes”. Y no solo dicha arqueóloga, sino que muchos otros procedieron de esa misma manera, imbuidos en un equívoco afán de querer conservar solo una “visión digna” de nuestro pasado prehispánico. No solo la representaciones de zoofilia sufrieron a manos de estos iconoclastas (por llamarlos de alguna manera), sino también las de homosexualismo y sabrá Dios que otras más. Lo cual indudablemente ha sido una pérdida irreparable del legado cultural de nuestros ancestros. Y claro, no faltará alguien por allí que pretenda culpar de todo ello a la “moral restrictiva” que impone la Iglesia Católica en materia sexual, pero hay que dejar en claro las cosas. Los antiguos peruanos tenían también sus tabúes, al igual que nosotros actualmente, el asunto es que hay que entender las costumbres de acuerdo a la época y al ambiente en que se desarrollaron y no pretender juzgarlas con nuestra moderna mentalidad occidental y cristiana. No se puede medir a las sociedades antiguas con la vara o la medida con que ahora nos medimos. Es más, uno de los errores de los misioneros y doctrineros católicos fue indudablemente calificar de “satánicos” los rituales y ceremonias religiosas de los nativos, cuando estos no tenían el concepto de Satanás, y por lo tanto mal podrían ser “adoradores del diablo”. Sin duda un absurdo total.




Saludos

Álvaro S. Chiara G.

LO QUE NO NOS CONTARON EN LA ESCUELA

Sacrificios humanos en el antiguo Perú

Aunque el Inca Garcilaso, interesado en que el mundo tuviera solo una visión idílica del Incario, no los mencione, está bien comprobado que en el antiguo Perú se hacían sacrificios rituales de personas, particularmente de niños, aunque no fuera una práctica constante como algunos malintencionadamente han afirmado. El testimonio reiterado del resto de los cronistas, así como las momias halladas en las cimas de los Andes lo confirman. Bajo el Incario se conocía con el nombre de CAPACCOCHA la fiesta donde se hacían sacrificios de niños.

En la Enciclopedia Ilustrada del Perú de Alberto Tauro del Pino, se describe la Capaccocha, pero por ningún lado se alude a los sacrificios humanos ¿por qué el silencio? Leamos lo que dice al respecto Luis E. Valcarcel (Historia del Perú Antiguo, Tomo III):

“Dice el padre Ramos Gavilán que en negocios graves y de importancia usaron casi en todo el Perú y en particular en el Cusco y en Titicaca el sacrificio de niños cuya edad fluctuaba entre los 6 a los 12 años. En particular se realizaban en caso de enfermedad del Inca o cuando iba a la guerra o para que consiguiese victoria o cuando se coronaba. En las fiestas principales del sol y de la luna el sacrificio era de 200 niños en diversos adoratorios señalados. El procedimiento era ahogarlos, después de haberles dado muy bien de comer y de beber y llenándoles la boca con coca molida, deteniéndoles la respiración; otras veces los degollaban y con su sangre se teñían el rostro. Eran enterrados con muchas ceremonias y con ellos los vasos con que les habían dado de beber y por esta causa en algunas sepulturas antiguas se suelen hallar algunos de madera o queros y de plata o aquillas. Otro procedimiento empleado consistía en que los sacerdotes ponían a la víctima sobre una losa grande con el rostro mirando al sol y, estirándole el cuello, ponían sobre él una teja o piedra lisa algo ancha y con otra le daban encima rudos golpes que le quitaban rápidamente la vida, y así muertos los dejaban dentro de la misma huaca”.

Como es de suponer, la dominación hispánica no pudo desterrar de forma definitiva este y otros rituales antiguos practicados por los curacas, pese a la severa prohibición que se impuso y a las amenazas de los doctrineros católicos contra quienes persistían en sus “prácticas diabólicas”:

“Cuenta Ramos Gavilán que un español llamado Pedro Franco, buscando unas minas, en el distrito de Sicasica, Corregimiento de Caracollo, allá por el año de 1598, llegó a un lugar donde había algunas tumbas de los gentiles y entre ellas una que era mayor que las demás, y habiéndose acercado oyó no sin sorpresa que salía de ella un quejido lastimero, y acercándose más comprobó que el gemido iba en aumento y que correspondía a un ser humano. Como la tumba estaba tapiada hizo uso de una barreta para abrirla y halló dentro con enorme sorpresa una hermosísima niña de edad de 10 años que se encontraba casi moribunda, porque según lo declaró después hacía 3 ó 4 días que la habían enterrado los curacas de Sicasica, en sacrificio a sus dioses. Concluye la historia asegurando que la muchacha así salvada vivió mucho tiempo y que la versión que se relata era muy conocida en la comarca” (Valcárcel).

Canibalismo en la época Pre Inca

“Cuando llegaron los españoles al Perú, en el s. XVI, en el ámbito del Imperio de los Incas estaban excluidas las prácticas canibalísticas. Ellas estaban vigentes, en cambio, en casi todo el entorno. Al norte de la tierra de los Pastos, en Colombia, el canibalismo era generalizado y también era una práctica establecida entre los Tupinambá del oriente de Brasil y hay indicios que subsistía vestigialmente entre los araucanos del sur. En las leyendas de Huarochirí, se cuenta que el dios Pariacaca, al saber de las costumbres antropofágicas del dios Wallallo Carhuincho, decidió castigar sus malos hábitos expulsándolo a la tierra de los Huancas adonde debía ir a comer perros. Todo eso fijó la idea de que en el antiguo Perú la antropofagia no existió nunca y, cuando, en 1905, Max Uhle encontró las primeras evidencias de esas prácticas entre los primitivos pescadores de Supe, hubo una gran resistencia a aceptarlas y se buscaron argumentos para indicar que Uhle había mal interpretado la información. Muchos años después, ya en la segunda mitad del s. XX, como resultado del interés en examinar con detalle los huesos desechados en los basurales arqueológicos, se fue hallando suficientes evidencias como para confirmar que Uhle no estuvo equivocado. En todos los sitios de la época Chavín, y en todos los de los períodos precedentes, desde cuando se definió la vida basada en la agricultura, en el precerámico o Arcaico Tardío, aparecen restos de seres humanos que fueron comidos por sus semejantes. Eso indica que, escenas como las que aparecen en los muros de Cerro Sechín no eran sólo una referencia a la guerra, pero seguramente también a lo que seguía luego, con la canibalización de los vencidos, tal como ocurría en las guerras que presenciaron los españoles en el valle del Cauca, en Colombia. En Chavín, en la Galería de las Ofrendas, junto con los presentes de comida de venados, camélidos, aves y peces, en platos suntuosos había también "presas" de cuerpos humanos de diversas edades; un cálculo no definitivo induce a pensar en al menos 21 personas distintas. Habían sido muertos más humanos que venados o cuyes, aunque eran más los potajes con carnes de alpacas o llamas. Los huesos humanos habían sido cortados, cocidos o asados al igual que las presas de los otros animales. No tenemos noticias específicas aun sobre las formas y circunstancias de estas prácticas de canibalismo, pero sí sabemos que estaban generalizadas en la época de Chavín y que duraron cuando menos hasta la época de los Mochicas en la costa norte del Perú. Durante y después del llamado Horizonte Medio, hacia el s. VI d.C., no aparecen ya restos de este tipo; y, de hecho parece que ya habían sido erradicadas en tiempo de los Incas”.

http://chavin.perucultural.org.pe/antropofagia.shtml

Huacos eróticos censurados

Marco Aurelio Denegri refirió una vez que una persona de entera credibilidad le contó haber sido testigo de cómo la distinguida arqueóloga peruana Rebeca Carrión Cachot (1907-1960), destruía una cerámica preinca que representaba la cópula de un hombre con una llama, calificándola de “depravación”. Lo curioso es que actualmente no existe ningún huaco que represente una escena como esa (pese a la diversidad de las prácticas amatorias que reflejan los huacos eróticos conservados), lo que nos hace pensar que la labor de los “moralistas” ha debido de ser muy eficiente. Pero Kauffmann Doig cree que la zooeroastia o bestialismo no debió estar muy extendido entre los antiguos peruanos; sabemos por ejemplo que bajo el Incario los que hacían tales prácticas eran tratados como indeseables.

Denegri ha destacado también el hecho que para algunos estudiosos ceñidos bajo los cánones de la moral cristiana les es incomprensible que en algunas sepulturas de niños se encontraran huacos eróticos. Sin duda son las consecuencias de querer interpretar los sucesos y costumbres del pasado con mentalidad moderna.

Sodomía entre los antiguos peruanos

Sabemos que la homosexualidad era muy repudiada en el Incario, a tal punto de ser perseguida y castigada. Sin embargo, su práctica se conservó en algunos puntos del imperio, aunque solo en el marco de ceremonias religiosas que tenían raigambre preinca. Se mencionan al respecto los adoratorios situados en Chincha y el Callejón de Conchucos, por poner unos ejemplos. Al menos eso es lo que nos da a entender la información que el cronista Pedro Cieza de León Cieza ha dejado en su libro "La Crónica del Perú", el cual dice citando al padre Domingo de Santo Tomás:

"Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas ha introducido el demonio este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos o más, según es el ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres desde el tiempo que eran niños, y hablaban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedaban a las mujeres. Como éstos, casi como por vía de santidad y religión, tienen las fiestas y días principales su ayuntamiento carnal y torpe, especialmente los señores y principales. Esto sé porque he castigado a dos: el uno de los indios de la sierra, que estaba para este efecto en un templo, que ellos llaman guaca, de la provincia de los Conchucos, término de la ciudad de Huanuco; el otro era en la provincia de Chincha; indios de su majestad, a los cuales hablándoles yo sobre esta maldad que cometían, y agravándoles la fealdad del pecado, me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para usar con ellos este maldito y nefando vicio y para ser sacerdotes y guarda de los templos de sus ídolos. De esa manera que lo que les saqué de aquí es que estaba el demonio tan señoreado en esta tierra que, no contentándose con hacerlos caer en pecado tan enorme, les hacía entender que el tal vicio era especie de santidad y religión, para tenerlos más sujetos." (Capítulo LXIV).

Asimismo, Garcilaso en sus "Comentarios Reales" admite que en ciertas etnias se practicaba la sodomía religiosa o ritual: "Hubo sodomitas en algunas provincias, aunque no muy al descubierto, sino algunos particulares y en secreto".

Prostitución bajo el Imperio Inca

“La prostitución parece haber estado oficialmente permitida (bajo el Incario), aunque se desconoce aun su extensión temporal. Las meretrices eran conocidas con el nombre de pampahuarmi y ejercían su oficio en los extramuros. Para que se dé prostitución es necesaria una recompensa a cambio de un favor sexual. Comoquiera que no circulaba el dinero, el favor debió ser retribuido en el marco del trueque, mediante algún objeto o comestibles. Lorenzo de Sain-Cricq (Marcoy 1869) documentó en el siglo pasado (siglo XIX) un caso de prostitución en el sur del país, donde la palabra pampahuarmi, mencionada por Domingo de Santo Tomás (1560) en su acepción de meretriz, sobrevivía; pervive todavía en la actualidad. Llama la atención que hubiera prostitución en una sociedad de preceptos tan rígidos como la del Incario”. Historia y Arte del Perú Antiguo. Tomo 5. Federico Kauffmann Doig.

Saludos
Álvaro S. Chiara G.