lunes, 21 de julio de 2008

LA EXPEDICION DE TUPAC YUPANQUI

A continuación, un capítulo de la obra de Federico Kauffmann Doig: "Historia y Arte del Perú Antiguo". Tomo 5, dedicado a la expedición marítima del inca Túpac Yupanqui. Un viaje que según los más connotados especialistas en la historia del Perú Antiguo (incluyendo Kauffmann), fue un suceso real, aunque no se haya determinado aún el lugar exacto adonde arribaron el inca y sus hombres.

PROYECCION MARITIMA: LA EXPEDICIÓN DE TÚPAC YUPANQUI

De acuerdo a los cronistas Pedro Sarmien­to de Gamboa y Miguel Cabello Valboa, el inca Túpac Yupanqui (Topa Inca o Túpac Inca Yupanqui) habría organizado una expe­dición marítima partiendo de algún punto del litoral del Pacifico situado en territorio de lo que hoy es Ecuador y que por entonces formaba parte del Incario. También esta jornada fue co­mentada por Martín de Múrua (1560-1611), aunque de manera sucinta y sin agregar nada sustancial.


Los cronistas Cabello y Sarmiento recogie­ron el relato independientemente y en regiones apartadas unas de otras. Este hecho es impor­tante tener en cuenta, puesto que a pesar de es­tar diferencias coinciden básicamente en todo. Ninguno de ellos, incluyendo aquí a Murúa, dudaban de que se trataba de un acontecimien­to real.

Pedro Sarmiento de Gamboa obtuvo su ver­sión en el Cuzco, cuando por orden del virrey Toledo elaboraba un pormenorizado informe sobre la historia del Incario (Sarmiento de Gamboa 1572). En lo que toca a Cabello Valboa (1586), este cronista recogió su relato entre 1571 y 1581 durante su estancia en la costa pe­ruano-ecuatoriana o tal vez en Quito (Valcár­cel 1951).

La memoria colectiva recordaba que nave­gando sobre numerosas balsas, dotadas de velas, la flota dispuesta por Túpac Yupanqui se internó mar adentro hasta abordar, meses después, dos islas: Auachumbi y Ninachumbi. Sar­miento de Gamboa advierte que éstas serian las que divisó personalmente, a lo lejos en 1567, cuando navegaba por el Mar del Sur bajo las órdenes de Álvaro de Mendaña. Por su parte Cabello Valboa se lamenta, que éstas no se hu­bieran identificado geográficamente.
Hernando Urco Guaranga, el informante de Sarmiento, aseguraba haber participado en aquella hazaña. Los trofeos trasladados al Cuz­co desde las lejanas islas, habrían sido depo­sitados en el colosal templo de Sacsahuaman; cuando hacia 1572 Sarmiento interrogaba a Ur­co Guaranga, era éste quien conservaba parte de los mismos. La tradición recogida por Sar­miento, tanto como por Cabello Valboa, señala que el botín habría consistido en “mucho oro y una silla de latón y un pellejo y quijadas de caballo”, además de “Yndios prisioneros de co­lor negra”.

1. El relato de Sarmiento de Gamboa

La versión de Sarmiento de Gamboa (Sarmien­to de Gamboa 1572, cap. 46), está basada en los datos que le proporcionó el cuzqueño Urco Guaranga, así como también en informes complementarios que recogió en el Cuzco. Su rela­to es como sigue:

“Y andando Topa Inga Yupangui conquis­tando la costa de Manta y La isla de la Puna y Túmbez, aportaron allí unos mercaderes que habían venido por la mar de hacia el poniente en balsas navegando a La vela. De los cuales se informó de la tierra de donde venían, que eran unas islas, llamadas una Auachumbi y otra Ni­nachumbe, adonde había mucha gente y oro. Y como Topa Inga era de ánimo y pensamien­tos altos y no se contentaba con lo que en tierra había conquista, determinó tentar la fèliz ven­tura, que le ayudaba por la mar. Mas no se cre­yó asi ligeramente de Los mercaderes navegantes, ca decia él que de mercaderes no se debían los capas asi de la primera vez creer, porque es gen­te que habla mucho. Y para hacer más información, y como no era negocio que dondequiera se podía informa dél, llamó a un hombre que traia consigo en las conquistas, llamado Antar­qui, el cuaL todos éstos afirman que era grande nigromántico, tanto que volaba por los aires. Al cual preguntó Topa Inga si lo que los mer­caderes marinos decían de las islas era verdad. Antarqui le respondió, después de haberlo pen­sado bien, que era verdad lo que decían, y quél iría primero allá. Y asi dicen que fué por sus artes, y tanteó el camino y vido las islas, gente y riquezas dellas, y tornando dió certidumbre de todo a Topa Inga.
El cual con esta certeza se determinó ir allá. Y para esto hizo una numerosísima cantidad de balsas, en que embarcó más de veinte mil soldados escogidos. Y llevó consigo por capita­nes a Guaman Achachi, Conde Yupangui, Quígual Topa (éstos eran Hanancuzcos) y a Yancan Mayta, Quizo Mayta, Cachimapaca Macus Yu­pangui, Llimpita Usca Mayta (Hurincuzcos); y llevó por general de toda la armada a su her­mano Tilca Yupangui y dejó con los que que­daron en tierra a Apo Yupangui.
Navegó Topa Inga y fué y descubrió las is­las Auachumbi y Ninachurnbi y volvió de allá, donde trajo gente negra y mucho oro y una de latón y un pellejo y quijadas de caballo: los cuales trofeos se guardaron en la fortaleza del Cuzco hasta el tiempo de los españoles. Este pellejo y quijada de caballo guardaba un inga principal, que hoy vive y dio esta relación, y al ratificarse los demás se halló presente y llámase Urco Guaranga. Hago instancia en esto, porque a los que supieren algo de Indias les parecerá un caso extraño y dificultoso de creer. Tardó en este viaje Topa Inga Yupanqui más de nueve meses, otros dicen un año, y como tar­daba tanto tiempo, todos le tenían por muerto, mas por disimular y fingir que tenían nuevas de Topa Inga, Apo Yupangui, su capitán de la gente de tierra, hacia alegrías; aunque después le fueron glosadas al revés, diciendo que aque­llas alegrías eran de placer, porque no parecía Topa Inga Yupangui; y le costó la vida”.

•Análisis del relato de Sarmiento de Gamboa

Del relato transcrito por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1572, se desprende:

(1) Que la información la recogió en el Cuzco y le fue relatada por Flernando Urco Guaranga, personaje de quien afirma que “hoy vive y dio esta relación”. Urco Guaranga aseguraba haber participado en la mentada expedición marítima de Túpac Yupanqui. Tenía en su poder algunos de los trofeos traídos de las lejanas is­las de Auachumbi y Ninachumbi, que hasta 1534 habrian sido conservados en el ternplo de Sacsahuaman.
(2) Que Urco Guaranga narró su historia a Sar­miento de Gamboa entre 1570 y 1572, y no posteriormente debido a que en 1572 concluyó su Historia Índica que le fue encargada por el virrey Francisco de Toledo (1515-1582).

(3) Que en 1572 Urco Guaranga debía frisar los 85 años, de acuerdo a lo que afirma un protocolo levantado y fechado en el Cuzco en aquel año y citado por Richard Pietschmann en su introducción a la primera edición de la obra de Sarmiento (Pietschmann 1906).

(4) Que la expedición marítima de Túpac Yu­panqui debió tener lugar alrededor del año 1500, fecha calculada sobre la base de que Ur­co Guaranga habría contado por entonces entre 15 a 17 años.

(5) Que se presenta una incongruencia, cuan­do se coteja la fecha estimada como válida para eL deceso de Túpac Yupanqui. En efecto, siguien­do la cronología de la capac-cuna de Cabello Valboa (1586), John Rowe (1946) calcula qué falleció hacia 1493; esto es unos siete a diez años antes de la fecha calculada para la expe­dición. La encrucijada debe, con todo, tomar en cuenta que las fechas de nacimiento, muerte y reinado de los soberanos incas proporcionadas por Cabello Valboa, son solo aproximadas; en todo caso el tema requiere de estudios más detenidos para fijar con mayor precisión las fe­chas de estos acontecimientos.

(6) Que, la incongruencia señalada no elimina la posibilidad de que Urco Guaranga navegara en la memorable jornada marítima.

(7) Que Cabello Valboa cita, por otro lado, a un tal Urco Guaranga como consejero de Huáscar, que cronológicamente bien podría haber sido el informante de Sarmiento de Gamboa.

(8) Que el soberano Túpac Yupanqui habría arribado en balsas, con velas, a lejanas islas que bautizó como Auachumbi [aua o agua= fo­ráneo / chumpi = motivos menudos (en tejidos) = ¿conjunto de islas de vistosos contornos?), y como Ninachumbe (nina = fuego (¿volcán?) / chumpi motivos menudos (en tejidos)=islas de vistosos contornos].

(9) Que de las legendarias tierras insulares se tenia noticia, de mercaderes que por vía marítima “habían venido por la mar de hacia el po­niente...” [a las costas peruano-ecuatorianas] “en balsas navegando a la vela”. Y que Túpac Yupanqui recogió estos informes “andando... conquistando la Costa de Manta y la isla de la Puná”.

(10) Que para “verificar” si eran ciertos los rumores acerca de la existencia de aquellas islas, Túpac Yupanqui acudió a Antarqui, quien poseído de sus poderes chamánicos “voló” hasta las mismas ratificando así la versión dada por los mercaderes.

(11) Que la expedición contó con una flota de “numerosísima cantidad de balsas” [probablemente con vela como las de los comerciantes mencionados y en las] “que [fueron embarca­dos] más de veinte mil soldados escogidos”. Esta cifra fue probablemente inflada por la tra­dición oral.

(12) Túpac Yupanqui se hizo acompañar por su hermano, llamado Tilca Yupanqui, a quien nombró “general de toda la armada” y que éste dispuso del apoyo de siete “capitanes” de los li­najes tanto de Hurincuzco tanto como de Ha­nancuzco.

(13) Que la expedición habría tardado en arri­bar a las lejanas islas “más de nueve meses” [y agrega que] “otros dicen un año…” Los datos citados no pueden ser verificados y acaso podrían ser exagerados por la propensión univer­sal de la memoria colectiva de engrandecer, con el transcurso del tiempo, los hechos históricos, dando paso a la leyenda.

(14) Que al retornar los expedicionarios trajeron consigo trofeos exóticos, que fueron depositados “en la fortaleza del Cuzco” [Sacsahuamán] “hasta tiempo de los españoles” en 1572 esta­ban algunos de éstos en poder de Urco Gua­ranca.

(15) Que el botín estaba originalmente conformado por “gente negra y mucho oro y una silla de latón y un pellejo y quijada de caballo”. Cuando Urco Guaranga era interrogado por Sarmiento en 1572, conservaba en su poder la “silla de latón, el pellejo y [las] quijadas de ca­ballo”. No así el oro; sobre la “gente negra” traída de las legendarias tierras no se hace mención.

(16) Que de haber sido Auachumbi y Nina­chumbi islas del conjunto de Lobos de Afuera, al estar éste ubicado a sólo 80 km. de las costas de Lambayeque, la expedición que comentamos no habría merecido especial atención o habría sido olvidada. Debido a su cercanía a la costa, la mentada expedición no habría empleado adi­cionalmente el tiempo señalado en el relato, de diez a doce meses.

(17) Que juicio semejante es aplicable igual­mente en el caso de que se estimara que las mentadas islas fueran del grupo Lobos de Tierna, que sólo está alejado veinte kilómetros de la costa.

(18) Que de acuerdo a lo expuesto, las islas de Auachumbi y Ninachumbe tendrían que haber estado ubicadas en espacios más alejados de las costas sudamericanas.

(19) Que las islas Galápagos o Archipiélago de Colón, conformado por cincuenta y cinco ínsulas que se ubican entre los paralelos 1º 36º de latitud S y 0º 34º de latitud N y los meridia­nos 89º 27’ y 91º 43’ de longitud 0 de Green­wich, distan unos 900 kilómetros de la costa ecuatoriana; pero que éstas no podrían haben incluido las islas de Auachumbi y Ninachum­be como lo puntualiza Thor Heyerdahl (1952), debido a que las islas Galápagos no están cons­tituidas por tan sólo dos islas sino por todo un archipiélago. Sin embargo, habría que tener presente que la voz chumpi alude a faja dotada de varios elementos. Con todo, es de toman en cuenta que las islas Galapagos estaban deshabitadas al descubrirlas accidentalmente el obispo de Panamá Tomas Berlanga en 1535, cuando una corriente alejó su nave que se dirigía rum­bo al Perú.

(20) Que Sarmiento de Gamboa afirma cate­góricamente que habría identificado las legendarias islas de Auachumbi y Ninachumbe. Refiere al respecto haberlas divisado en 1567, cuando a unas “ducientos y tantas Leguas de Lima” surcaba el Mar del Sur. La legua marítima equivale a 5.555 metros y 55 centímetros. Agrega Sarmiento que al notificar al “gobernador y licenciado Castro” sobre su descubrimiento éste le prohibió explorar las islas en cuestión, no­ obstante que se hallaba navegando cerca de ellas y participando en la incursión marítima de Álvaro de Mendaña (1549-1595), que lo condujo al descubrimiento de las islas Salomón en el archipiélago de Melanesia.

(21) Que de haber sido las islas Auachumbi y Ninachumbe las divisadas por Sarmiento de Gamboa, éstas se ubicarían en las proximida­des de las islas Marquesas. Con todo, el relato de Sarmiento no permite una comprobación en este sentido.

Balsa construida según el modelo empleado por los antiguos peruanos para la Expedición Chimok, de 1991, que condujera el español Pedro Neira. Foto: Archivo Federico Kauffmann Doig.

2. La versión de Cabello Valboa

Al relato sobre el viaje marítimo de Tápac Yu­panqui legado por Sarmiento de Gamboa y obtenido en el Cuzco, se suma el de otro cronis­ta, Miguel Cabello Valboa (1586).

La versión de Cabello Valboa fue obtenida independientemente de la registrada por Sarmiento de Gamboa. Los manuscritos de ambos autores permanecieron inéditos, el primero hasta el siglo XIX y el segundo hasta 1906. De haben conocido Cabello el manuscrito de Sar­miento, éste le habría servido para completan algunos pormenores como el relativo a Urco Guaranga, o aquel que se refiere al chamán An­tarqui. La versión de Cabello Valboa fue reco­gida durante la estancia en Quito del cronista, o tal vez en La costa del Ecuador como lo se­ñala Luis E. Valcáncel (1951); más de un dece­nio después de haben finiquitado Sarmiento su obra que redactó en el Cuzco.

No obstante lo señalado, comparando los datos proporcionados por uno y por otro cronista sorprende que concuerdan hasta en algu­nos detalles. Por ejemplo en lo que se refiere a que la navegación se prolongó por muchos meses, a que las islas abordadas fueron llama­das “Hagua Chumbi y Nina Chumbi” (Cabe­llo); como también en cuanto a precisiones acerca de la cantidad y calidad de los trofeos reclutados por la expedición.

Transcribimos la versión de Cabello Val­boa:

“...determino Topa Yunga, y sus consultores de explorar y descubrir las Provincias interpuestas de Quito hasta el mar (...) en este lugar fue donde la vez primera el Rey Topa Ynga vido del Mar, al qual como lo descubriese de un alto hizo una muy profunda adoración, y le llamo Mamacocha, que quiere decir madre de las lagunas, y hizo apercebir gran cantidad de las embarcaciones que los naturales usavan (que son cientos palos liuianos notablemente) y atando fuertemente unos con otros, y haciendo en cima cierto tablado de Cañizos, tegidos, es muy segura y acomodada embarcación: a las quales nosotros auemos llamado Balsas pues auiendose juntado de estas la copia que parecio bastante para la gente que consigo determinaua llevan tomando de los naturales de aquellas costas los pilotos de más experiencia que pudo hallar, se metio en el Mar con el mismo brio y animo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus fortunas, y truecos. De este viage se alejo de tierras mas que se puede fal­cilmente (sic.) creen, mas ciento afirman los que sus cosas de este valeroso Ynga cuentan, que de este camino se detuvo por la mar duracion y espacio de un año, y dicen mas que descubrio ciertas Yslas a quien llamaron Hagua Chumbi y Nina Chunbi que Yslas estas sean en el mar de el Sur (en cuya costa el Ynga se embargo) no lo osare determinadamente afirmar, ni que tierra sea la que pueda presusmirse ser hallada en esta nauegacion. Las relaciones que de este viage nos dan los antiguos son que trujo de alla Yndios prisioneros de color negra, y mucho oro y plata, y mas una Silla de Laton, y cueros de animales como Cauallos, y de parte donde se puedan traer las tales cosas de todo punto se ignora en este Piru, y en el mar que lo va pro­longando: mas lo que en este particular sabre decir es, que este año pasado de 1585 viniendo de la nueva España, Don Alonso Nino vecino de La Ciudad de Los Reyes con Nauio y mercaderia propia traia por su Piloto a un Juan Gomez vecino de Sonsonate, y un Viernes a 28 de Fe­brero descubrieron muchas y muy vistosas Yslas en las cuales se mostraeuan Cordilleras altas, y Valles, aunque no se determinaron de todo punto si eran de Montanas, ó tierra rasa y de­socupada, y la poca curiosidad del mismo Don Alonso le hizo pasar por entre ellas sin satis­facerse si eran disiertas, y pobladas y aun sin tomar agua en ellas trayendo de ella harta ne­cesidad. Dicen estar estas Yslas leste a oeste con la de la Plata (junta á Manta) y que les parecio (según el camino que hicieron) que estaran ochenta o cient leguas de el Puerto de Payta. Si el buen animo, y honorosa determinación de Don Alonso Niño diera lugar á ello fuera es­tuvieramos de duda si aquellas eran o no las que visito y conquisto nro Topa Ynga Yuypan­gui, y su rustica flota, mas estarnos emos con esta sospecha, hasta que un varon de mas pecho nos satisfaga con su exploración. Tambien se sabe que en aquella parte que decimos (aun­que mas á el Astro o Sur) ay muchas Yslas de que nros Españoles no se aprovechan, porque Escobar vecino de Yca me afirmo que yendo el huiendo las armas de los Tiranos Pizarristas en tiempos passados el y otros diez Compa­ñeros tomaron un barco en el Puerto de Anca, y con deseo de pasarse á nueva España se me­tieron en el un Viernes a medio dia, y dice que el Lunes siguiente aliaron una alta peña en el mar horadada por medio casi a manera de ar­golla o sortija, y pasando adelante el Viernes siguiente (que se cumplían nueve dias de su navegacion) vieron y descubrieron una gran­de y espaciosa Ysla muy ocupada de semen­teras de yuca y maiz, y muy apacible y de buen temple, y llegando a tierra mataron algunas palomas Torcaces (de que auia en mucha can­tidad) y pasaron adelante sin se osar detener. Nicolao Degio (Piloto y Marinero muy anti­guo en este mar de el Sur) me afirma auer el ansi mesmo visto otras Yslas semejantes en el mismo parage, y otras personas afirman auer visto en ellas gentes y sementeras: he traydo esto en este Lugar, para que el lector curioso en­tienda que fue posible auer hallado el Topa Yngayupangui las Yslas que las antiguas rela­ciones nos dicen, y queel auerse dado poco por buscallas á los Principes que an governado este Piru es causa de que nos sean ocultas, y ansi las pongo yo en mi Mapa con este nom­bre de huerfanas, por no auer tenido padre que las rescate. Finalmente digo que afirman los mas acreditados marineros, que corriendo Norte Sur con la misma costa (apartadas della cient leguas algo mas o menos) va cierta cordillera de Yslas, que naciendo y comenzando desde seis ó siete grados de altura, al Polo Artico y Nor­te corre hasta muchos grados de altura al Polo Antártico ó Sur, y en algunas de estas aporto el Ynga con su flota y de alla trujo las cosas referidas. De donde quiera que el viage hizo Topa Ynga y su flota dicen auer venido pujante y vencedor, y como tal volvio a proseguir su ca­mino...”

•Análisis del relato de Cabello

Del relato consignado en la obra de Cabello Valboa se desprende lo siguiente:

(1) Que su versión confirma lo aseverado por Sarmiento de Gamboa, en el sentido que Túpac Yupanqui, partiendo de las costas peruano-ecuatorianas realizó una titánica expedición marítima por aguas del Pacífico.

(2) Que las embarcaciones eran hechas de “cier­tos palos” (balsas) y que por encima de ellas se levantaba un recinto construido de carrizos (ca­ñizos) el que debió lucir techado. Embarcacio­nes de este tipo perduraron durante el período colonial, como se advierte por ilustraciones in­sertas en las obras de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748), Alexander von Humboldt (1810) y de otros estudiosos americanistas de la época. Las dibujan en forma de balsas grandes, con ve­las, constituidas por troncos verticales sobre cuya superficie se presenta un tabladillo, que descansa sobre maderos horizontales, y encima del cual se erigía una construcción a manera de una vivienda; las fotografías de Enrique Brü­ning (Schaedel 1988, pp. 70, 82-84, 86-87), cap­tadas a fines del siglo XIX, la retrata a manera de una choza (Kauffmann Doig 1992, p.25).

(3) Que los pilotos eran naturales de las costas ecuatorianas “de mas [mayor] experiencia que pudo hallar” Túpac Yupanqui.

(4) Que fue el propio soberano quien coman­dó la expedición: “se metio en el Mar con el mismo brio y animo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus fortunas y truecos”.

(5) Que la expedición se alejó de la costa “mas que se puede facilmente creer”; repitiendo al respecto, en términos generales lo transmiti­do por Sarmiento de Gamboa en cuanto a que la jornada se habría extendido por “espa­cio de un año”.

(6) Que la expedición terminó por tocar las islas de Hagua Chumbi y Nina Chumbi, en el mar del Sur; y que fueron bautizadas con estos nombres por los expedicionarios.

(7) Que Cabello Valboa presenta sus dudas acerca de cuáles habrían sido las dos islas ci­tadas en el relato.

(8) Que Túpac Yupanqui habría retornado portando diversos trofeos: “mucho oro y plata, y más una Silla de Laton, y cueros de animales como Cauallos”, además “trajo de alla Yndios prisioneros de color negra...”.

(9) Que lamenta la falta de interés “en este Piru [...] para averiguar [de] donde se puedan traer las tales cosas”. Esto es, la ausencia de una preocupación que hubiere llevado a identificar Haguachumbi y Ninachumbí en el mundo in­sular del Pacífico.

(10) Que inquirió en base a relatos de di­versos navegantes españoles, como el de Alon­so Niño (1486-¿1505?), que las islas estarían alejadas de Payta “ochenta ó cient leguas”; em­pero Cabello no llegó a pronunciarse cuáles serían las de Haguachumbi y Ninachumbi (La legua marítima equivale a 5.555 metros y 55 centímetros).

(11) Que por el hecho de que navegantes espa­ñoles habían descubierto diversas islas alejadas de la costa, la posibilidad de que la experiencia de Túpac Yupanqui no hubiera sido un inven­to se vería reforzada.

(12) Que presenta la sospecha de que en “cier­ta cordillera de Yslas”... [alejada] “cient leguas algo mas o menos” [sobre cuya existencia le informaron] “acreditados marineros’; podrían estar ubicadas Hagua Chumpi y Nina Chum­bi, abordadas por la flota de Túpac Yupanqui. El archipiélago distante de Payta “ochenta o cient leguas’; que menciona Cabello Valboa, podría acaso corresponder a las islas Marque­sas (Tuamotú); tomando en cuenta que la legua marina equivale a 5.555 kilómetros y 55 cen­tímetros, así como también a la circunstancia de que la expedición de Túpac Yupanqui ha­bría tenido una duración de varios meses.




Dibujo de una embarcación inca. Compartimentos: 1) Palos de balsa. 2) Amarre con sogas de bejuco. 3) Popa para carga y comando de remeros. 4). Sitio de los remeros. 5) Vela de tela de algodón. 6) Velamen en forma de T. 7) Cordel para orientar la vela. 8) Camarote y bodega. 9) Lugar de la capitanía o timonel mayor. 10) Timón principal.


3. Conclusiones generales

No obstante la curiosidad manifiesta por Ca­bello de Valboa de precisar geográficamente cuáles eran las islas de Ninachumbi y Ana­chumbi, y las indagaciones realizadas por varios autores modernos entre los que se encuentra Hermann Buse de la Guerra (1973) y Thor He­yerdahl (1952), autor de una pulcra y deteni­da investigación sobre travesías en el Pacífico partidas de las costas peruano-ecuatorianas, las islas abordadas por Túpac Yupanqui en su viaje rumbo a Oceanía siguen envueltas en lo enigmático en lo que toca a su identificación.


No puede discutirse, en cambio, a la luz de la eurística y la hermenéutica de la documenta­ción antigua, que la expedición haya en efecto tenido lugar. El tipo de embarcaciones, con las que contaban los antiguos peruanos para na­vegar, permitía alcanzar lugares alejados de la costa. Lo demuestran los viajes realizados por Thor Heyerdahl (1952, 1957) a las islas Mar­quesas y a Rapa Nui o Isla de Pascua.

Lo expuesto por Sarmiento de Gamboa acer­ca de que la expedición habría navegado “nueve meses, otros dicen un año”; así como la referen­cia sobre el número de participantes de “más de veinte mil’; deben considerarse como abul­tamientos legendarios del relato, destinados a engrandecerlo. Empero no invalidan la po­sibilidad que estemos frente a un hecho his­tórico.
La referencia a la entrevista del cronista Sar­miento de Gamboa con Urco Guaranca, y la circunstancia que una parte del botín obraba en 1572 en poder del citado informante, en el Cuzco, son pruebas adicionales de gran peso para sostener que la expedición de Túpac Yu­panqui no sea un mero mito.

La veracidad del evento marítimo podría ser apoyada adicionalmente por relatos antiguos, como el recogido por el empedernido viajero F. W. Christian, citado por Paul Rivet (1943, pp. 188-189). Este hace referencia a una incursión a la isla Mangareva, del archipiélago de Gambier, de un jerarca llamado Tupa. Este acontecimiento habría tenido lugar, cuando aún no eran empleadas las embarcaciones tí­picamente polinésicas (catamarán). Además, señala que sus protagonistas habrían sido na­vegantes procedentes del oriente, de Mangareva; acaso gente procedente del continente ameri­cano como propone Thor Heyerdahl (1996), quien precisamente destaca la coincidencia de la onomástica Tupa como un hecho muy re­levante en el contexto de su hipótesis acerca de que antiguos navegantes peruanos hubieran incursionado en Oceanía.

Debe tomarse en cuenta, con todo, que el archipiélago de Gambier en el que se ubica Magareva, está alejado de las costas del Perú unos 6,000 km. Dobla la distancia que separa la isla de Rapa-Nui o Pascua, ubicada a unos 3,760 km del litoral chileno. Por lo mismo Thor Heyerdahl (1957) se inclina en favor de la po­sibilidad de que las balsas de Túpac Yupanqui pudieran haber arribado más bien a la Isla de Pascua, que abordó y exploró en 1955/56 en su expedición Aku Aku.


Ciertas similitudes, entre algunas expresio­nes de la arquitectura de Rapa-Nui y del Perú incaico, sorprenden, debido a que conjuntos arquitectónicos pascuenses como Vinapu y Ahu Te Peu, recuerdan los de Sacsahuaman por ejemplo. Estos parecidos no constituyen empero pruebas de peso, en la discusión de contactos culturales transpacíficos; como tampoco el que sarcófagos antropomorfos de los Chachapoyas se parezcan a las gigantescas estatuas de Rapa Nui, por el hecho que en ambos casos los seres míticos son retratados con la mandíbula in­ferior destacada exageradamente, debido a que en ambos casos los personajes retratados portan una máscara que se confunde con la cara (Kauffmann Doig 1989).

El hecho que los actuales descendientes de los antiguos pobladores de la Isla de Pascua, de constitución física polinésica, continúen practicando una economía basada en la yuca (Manihot esculenta) y el camote (Ipomea ba­tata), tampoco permite afirmar tajantemente que la Isla de Pascua fuera ocupada por an­cestrales navegantes peruanos. En efecto, la dispersión del camote o kumara, así como de la yuca o mandioca, no se limita a la Isla de Pas­cua ni al Perú; estos cultígenos gozan de una amplia difusión tanto en Oceanía como en América, según lo ha demostrado el propio Thor Heyerdahl (1952). Con lo expuesto no se niega, sin embargo, la posibilidad de que los cultígenos mencionados fueran “exporta­dos” de América a Oceanía; contrariamente a lo que planteaba Paul Rivet (1943) que suge­ría una importación desde la Polinesia a la América.

En lo que respecta a la presencia de embar­caciones que habrían posibilitado travesías marítimas largas, como la emprendida por Tú­pac Yupanqui, es preciso subrayar que esta eventualidad quedó demostrada con los pro­longados viajes de Thor Heyerdhal (1952, 1957) por el Pacífico, partiendo de las costas suda­mericanas en una embarcación construida de acuerdo a modelos peruanos antiguos, y apro­vechando la dirección de las corrientes marinas.

Durante el segundo viaje de exploración emprendido por Francisco Pizarro y sus huestes en 1526 por las costas septentrionales del In­cario, el barco piloteado por Bartolomé Ruiz tropezó con una balsa provista de vela, tripu­lada por veinte personas, la misma que portaba cuantiosa mercadería (Sámano y Xerez 1527).

Balsas como la descrita en la crónica atri­buida a Juan de Sámano y Francisco de Xerez, continuaron usándose en la costa norte después de arribar los españoles; como puede verificar­se por los grabados en la obra de Jerónimo Ben­zoni (1572), de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland (1910), así como de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748). También se dispone de fotografias captadas por Enrique Brüning en el último tercio del siglo XIX (Kauffmann Doig 1992). Balsas como las citadas eran des­tinadas a la navegación de cabotaje, por lo que no incursionaban mar adentro.

La expedición de Túpac Yupanqui rumbo al ignoto mundo insular de Oceanía, debe ser recordada como un antecedente, prehispánico, de la gesta marítima descubridora del mundo insular del Pacífico, en la que sobresalieron aguerridos navegantes españoles como Álvaro de Mendaña (1549-1595) o el portugués Pedro Fernández de Quiroz (1565-16 16), que con propiedad reconoció Australia (Busto Du­thurburu 1973; Lohmann Villena 1973); así como también las travesías en nuestro tiempo, emprendidas por Thor Heyerdahl (1952; 1957) en las embarcaciones Kon-Tiki y Aku-Aku y que demostraron que los antiguos peruanos pudieron navegar considerables distancias en balsas de vela, hasta acaso tocar los atolones de la Polinesia como lo asevera José Antonio del Bus­to (2000) en un libro que ha publicado respecto a la expedición marítima de Túpac Yupanqui.

De lo expuesto concluimos que la expedición de Túpac Yupanqui a Oceanía puede corres­ponder a un hecho histórico, por más que el relato encierre pasajes engrandecidos por la me­moria colectiva y aún tomando en cuenta que hasta ahora no haya podido ser fijada la ubica­ción de las islas de Auachumbi y Ninachumbi.

miércoles, 2 de abril de 2008

PREDICCIONES DE LA CAIDA DEL IMPERIO INCA






Ocurrió hacia el año 1512, en la Plaza de Aucaypata (Cuzco). Huayna Cápac era entonces el Señor de las cuatro partes del Mundo o Tahuantinsuyo, y bajo su mando su reino se halla en su apogeo. Los límites del Imperio se prolongaban al norte hasta Pasto, en la actual Colombia, y al sur hasta el río Maule, en el corazón del actual Chile. Todo indicaba que el esplendor del Incario continuaría por mucho más tiempo, y que el Inca, ya de edad avanzada, dejaría como herencia a sus sucesores un reino estable y fortalecido. Pero entonces ocurrió lo imprevisto.



Mientras el Inca oficiaba la ceremonia al Sol o Inti Raymi en plena Plaza Mayor, como todos los años, de pronto se vió en el cielo un extraño espectáculo: apareció un anca o águila real perseguida por cinco o seis halconcillos o huaman y otros tantos cernícalos, los cuales atacaron al águila como por turnos, impidiéndole volar y tratando de matarla a picotazos. El águila, al no poderse defender, cayó en medio de la Plaza mayor, entre el Inca y los miembros de la realeza, quienes al cogerla vieron que estaba enferma, cubierta de caspa, con sarna y casi pelada. Diéronle de comer y le prodigaron muchos cuidados, pero de nada sirvió; a los pocos días el águila expiró.



El suceso era a todas luces de muy mal agüero, y el Inca llamó entonces a todos sus adivinos o laicas para que lo descifraran: todos confirmaron que era un presagio de que pronto habría derramamiento de sangre real, guerras y finalmente la destrucción del Imperio. No se trataba solo de una catástrofe pasajera: se trataba del final de todo una forma de gobierno y de un estilo de vida hasta entonces conocido. Algo que por cierto comprimió el corazón del Inca y de la nobleza. El Inca, disimulando su temor, consultó otros oráculos, cuyas respuestas fueron muy confusas. Cuenta Garcilaso (a quien hemos seguido a lo largo de este relato) que por esos años ocurrieron también cataclismos naturales que fueron como los heraldos precursores de la desgracia que sobrevendría al Imperio: muchos terremotos tan destructivos como nadie recordara o guardara memoria, sismos “que hacían caer muchos cerros altos”. Los indios de la costa fueron testigos también como el mar crecía de modo que nunca habían visto y en el cielo se vieron surcar “muchos cometas espantosos”.




Continúa Garcilaso refiriendo que una noche muy clara y serena se vio a la luna con tres cercos muy grandes. “El primero era de color sangre. El segundo, que estaba más afuera, era de un color negro que tiraba a verde. El tercero parecía que era de humo”. Un adivino o laica fue donde el Inca y le avisó que aquel extraño fenómeno era un aviso de su madre Luna de la desgracia que pronto Pachacamac (el que mueve el mundo, el dios reverenciado en el santuario de su nombre al sur de Lima) haría caer sobre el Imperio: el primer cerco de color de sangre significaba que no bien el Inca falleciera, estallaría una cruel guerra entre sus hijos y se derramaría mucha sangre de la realeza. El segundo cerco negro era un aviso que tras la guerra civil sobrevendría la ruina y el fin del Imperio, de su religión y de su gobierno, todo lo cual se convertiría en humo, que era lo que significaba el tercer círculo que se veía en la Luna. El Inca no quiso creer lo que escuchaba y despidió de mala manera al laica, diciéndole que seguramente había soñado tal cosa y no visto realmente, pero el adivino le invitó a que saliera de su aposento y viera con sus propios ojos las señales que su madre Luna le mandaba: el Inca salió y comprobó que era cierto. Mandó entonces a traer a otros adivinos, entre ello uno muy reputado de la nación Yauyos, todos los cuales concordaron con la interpretación del primer adivino, sin haberla oído previamente.
El Inca se angustió entonces, pero supo disimular su estado de ánimo y a fin de no preocupar a los suyos, fingió no creer en dichos presagios, arguyendo que no veía ninguna razón para que su padre el Sol permitiese que cayeran tales desgracias sobre sus propios hijos. Se limitó a ofrecer sacrificios a sus dioses y en consultar los oráculos de Pachacamac y el Rímac, así como otros más, pero las respuestas de estos fueron muy ambiguas o confusas. Así pasaron como tres o cuatro años sin que hubiese novedad en el Imperio, lo cual calmó en algo las inquietudes. Tal vez los dioses habrían cambiado de parecer. Pero las profecías, inexorablemente habrían de cumplirse. Garcilaso dio fe de la veracidad de estas informaciones, y cuenta que la relación de tales presagios ocurridos en tiempo de Huayna Cápac la dieron dos capitanes de la guardia del inca, cada uno de los cuales llegó hasta la edad de 80 años: Juan Pechuta y Chauca Rimache, a quienes, según dice, se les salían las lágrimas cuando recordaban esos vaticinios. Por lo demás, añade Garcilaso, que tales relatos eran de fama muy común por todo el imperio al momento de la llegada de los españoles de modo que no existe motivos para dudar de su veracidad, máxime si solo habían transcurrido unos 17 o 18 años desde lo ocurrido en la plaza mayor del Cuzco, de modo que se descarta que fuera un cuento o fábula, pues para formarse ésta es necesario que transcurra mucho más tiempo.


Otros cronistas cuentan también relatos similares. Por ejemplo, Ramos Gavilán refiere que un anciano indio llamado Tupac Huallpa recordó cómo en un cierto día en que se celebraba una ceremonia muy solemne en la plaza mayor del Cuzco, cayó repentinamente un pájaro de varios colores que nunca nadie había visto y que desde el techo del Templo habló en voz alta y dijo claramente: “presto se acabarán vuestros ritos y ceremonias y habrá otro nuevo modo de vivir”. ¿Un guacamayo venido de los antis? Tal vez en el canto o parloteo del ave exótica quisieron reconocer los incas alguna frase, tal como años después, cuando escucharon por primera a un gallo traído por los españoles, reconocieron claramente la voz “Atahualpa” en el melodioso cantar del ave de corral (por eso hasta ahora a las gallinas se les llama “hualpas” en la lengua quechua).

La profecía de la llegada de los “hombres blancos y barbados”

Por aquellos días en que los laicas o adivinos del Inca se esforzaban en interpretar el suceso del águila de la Plaza Mayor del Cuzco, los españoles de Tierra Firme (actuales costas atlánticas de Panamá y Colombia), daban precisamente los primeros pasos para llegar al Imperio Inca: se hallaban por entonces enfrascados en encontrar un “estrecho” o “brazo de mar” que les permitiera pasar del Mar del Norte (hoy Atlántico) al presumible “Mar del Sur” (hoy Pacífico). Dirigidos por Vasco Núñez de Balboa, entre los que participaban en dicha “entrada” se hallaba un subalterno hasta entonces oscuro y desconocido, un tal Francisco Pizarro, un analfabeto y que al parecer había sido porquero durante su adolescencia. Dicha expedición culminó con el descubrimiento del Mar del Sur, es decir el Océano Pacífico, el 25 de setiembre de 1513. El camino hacia el fabuloso imperio de los incas ya había sido abierto.
Balboa fue nombrado Adelantado de la Mar del Sur, y continuó las exploraciones más hacia el sur, por las costas pacíficas de la actual Colombia, en busca del territorio del Birú o Perú, como se lo empezó a conocer desde entonces. Precisamente su nave fue la que divisaron los hombres del inca Huayna Cápac, quienes de inmediato dieron el informe a su amo, el cual se hallaba en su palacio real de Tumibamba, cerca de Quito. Era el año de 1515. Aún con la preocupación del presagio del águila, Huayna Cápac comprendió entonces que aquello era la clave de todo el enigma que hasta ese momento le devanaba los sesos: recordó una antigua profecía que decía que pasado 12 gobernantes incas llegarían gentes extrañas y nunca vistas que se adueñarían del país, impondrían su gobierno, sus costumbres y su religión, destruyendo el Incario. Sacó cuentas y se enteró que él era el doceavo inca desde el fundador Manco Cápac: la profecía entonces se cumpliría tan pronto como muriera. Pero aún parecía lejano aquel día: el Inca estaba seguro que su padre Sol no lo llamaría aún.

No fue por cierta esta la única profecía que hablaba de la llegada de gentes extrañas. Un cronista registró el testimonio de un anciano del pueblo de Copacabana (Puno), quien aseguró que había oído a sus antepasados que las huacas habían declarado que gente nueva venía por la el mar y que eran hombres blancos y barbados. Que este vaticinio fue cuatro o cinco años antes que ocurriese la invasión. Contábase también que por aquel tiempo una mujer dio luz a dos niños a la vez, uno de color blanco y otro de color negro, lo cual causó mucho temor y fue interpretado como que pronto vendría gente extranjera de tales colores de piel. Todo esto motivó la celebración de muchos sacrificios en el Cuzco y en otros lugares. Pedro Pizarro dio esta versión: se dice que el famoso dios Apurímac, poco antes de la conquista, dijo lo siguiente, según lo relataba un viejo noble cusqueño: “habéis de saber que viene una gente barbuda que os ha de sojuzgar e os he querido decir esto porque comais y bebáis y gastéis todo lo que tenéis, porque cuando aquellos vengan no hallen nada ni tengáis que les dar”. Aún con todos estos presagios en contra, nada parecía indicar que aquellas predicciones funestas podrían cumplirse. El poderío de Huayna Cápac a esas alturas parecía invencible. Era improbable que mientras él estuviese en el poder un puñado de extranjeros pudiese conquistar todo un Imperio y destruirlo por completo. Era algo sencillamente alucinante.

Muerte de Huayna Cápac

Parece ser que Huayna Cápac, en los últimos años de su reinado siguió el consejo del oráculo de Apurímac, de comer y beber hasta gastar todo, para no dejar nada a los invasores que venían. En Tumibamba (reino de Quito) construyó palacios que rivalizaban con los del Cuzco. Fiestas y borracheras llenaron las últimas etapas de su reinado, tanto en su sede quiteña como a lo largo de su paso triunfal por todo el Tahuantisuyo. El Inca encabezaba las livianas diversiones. Era "vicioso de mujeres" según Cieza. Se rodeó de aduladores y lisonjeros y fue “el primer borracho del reino”. "Bebía mucho más que tres indios juntos" a decir de Pedro Pizarro. A pesar de estos vicios, Huayna Cápac era grave, valiente y justiciero. Sus súbditos le querían y le respetaban. En sus manos no corría peligro la unidad del Imperio. Pero él fue quien creó el germen fatal de la disolución, al construir en Quito una sede rival del Cuzco, creando así la causa de la futura división incaica, con lo que allanó el camino de los españoles. Si la tierra no hubiera estado dividida –reconoce uno de los primeros conquistadores– o si Huayna Cápac hubiera vivido, "no la pudiéramos entrar ni ganar".
Y en efecto, mientras vivió Huayna Cápac, aquellos extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio en grandes barcas no significaban peligro mayor para un Imperio unido bajo la férrea mano del Inca. Pero aquellos invasores llevaban en sus alientos un aliado invisible que les fue de ayuda fundamental en sus planes de conquista, pues sería el gran responsable de la hecatombe de la población indígena: nos referimos a los virus causantes de mortíferas epidemias. La primera epidemia que llegó a territorio del Imperio Inca fue la viruela, prolongación del mortal virus introducido en el Caribe en 1518 por los españoles. De allí pasó a México en 1519, avanzando por la sierra central mexicana, continuando hacia Guatemala y luego Nicaragua. En algún momento llegó a Cartagena, Darién y al istmo de Panamá, de donde se prolongaría más al sur, entre 1514 y 1527. El virus de la viruela llegó al Imperio incluso mucho antes de que la partida de forajidos comandada por Pizarro pisara territorio del Tahuantinsuyo. Las primeras víctimas de renombre fueron el mismo Inca y la nobleza.




Indio víctima de la viruela





Según Betanzos, estando en Quito, Huayna Cápac “cayó con una enfermedad que lo privó de sus sentidos y entendimiento, y le dio sarna y lepra que lo debilitó, y los señores le encontraron en tal estado”. El uso de las palabras “sarna” o “lepra” por el cronista se identifica claramente con los síntomas de la viruela, es decir un severo sarpullido en la piel e inflamaciones. Cieza coincide con Betanzos, agregando que más de 200,000 almas murieron de la epidemia en los distritos circundantes. Fue una epidemia mortífera como nunca se había visto hasta entonces entre los indios.

Garcilaso asevera que al inca le sobrevino tembladeras y una fiebre persistente tras haberse bañado en un lago, y como cada día que pasaba se agravaba su mal, supo entonces que los malos presagios que años antes le inquietaron tanto empezaban a cumplirse. Por si fuera poco, se vio en el cielo un pavoroso cometa de color verde, y un rayo cayó en la casa del Inca, señales indudables de la cercana muerte del Inca, según interpretaron los laicas o adivinos. Estando en tal trance, llamó el Inca a todos sus hijos y parientes, a sus capitanes y gobernadores, informándoles que ya su padre Sol le llamaba “del lago” (pues atribuía la causa de su enfermedad a bañarse en las aguas de la laguna), y que por lo tanto les quería expresar su última voluntad, que según Garcilaso fue textualmente ésta: “muchos años ha y por revelación de nuestro padre el sol tenemos que pasados doce reyes de sus hijos vendrá gente nueva y no conocida en estas partes y ganará y sujetará a su imperio todo, nuestro rey y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa, que en todo os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce Incas. Certifico que pocos años después que yo haya ido de vosotros vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el sol nos ha dicho, y ganarán el Imperio y serán señores de él. Yo os mando que lo obedezcáis y sirváis como a hombres que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más de las vuestras. Quedaos en paz que yo me voy a descansar con mi padre el sol que me llama”.
Si creemos lo que dice Garcilaso, Huayna Cápac pensó que los extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio eran los enviados del dios Viracocha, que según una antigua profecía arribarían tras la muerte del doceavo Inca y a los cuales aconsejaba no ofrecer resistencia, pues serían superiores a los incas. Versión que el patriotismo de muchos impide aceptar y lo consideran como una patraña del inca cronista.
Cuenta otro cronista que el rostro de Huayna Cápac, cubierto con pústulas feísimas por los estragos de la viruela, adquirió tal monstruosidad, que el Inca decidió ocultarse en una cueva. Se enviaron mensajeros al santuario de Pachacámac para preguntarle al ídolo cuál era la secreta medicina para curar al soberano; el oráculo aconsejó que sacaran al Inca al aire libre, para que recibiera los rayos del sol, pero aún así no mejoró. Estando ya en agonía el Inca dictó las últimas medidas de su gobierno. Su sucesor sería su hijo Ninan Cuyochi y en su defecto, Huáscar. Con la ceremonia de la Callpa los dioses manifestarían su beneplácito. Los nobles incas u orejones corrieron al templo. Varias llamas fueron muertas y en sus vísceras trataron de leer si sería venturoso el próximo reinado. Pero las vísceras salían molidas o dañadas: era señal de mal agüero. Presurosos tornaron los nobles donde el Inca para pedirle que cambiara de decisión y nombrase a otro príncipe; sin embargo el monarca ya estaba agonizando. Los orejones con mucha reverencia se acercaron para hablarle: el Inca ni siquiera se movió, tenía fija la mirada en el vacío. Huayna Cápac acababa de morir: ahora nadie podía cambiar su decisión. Sobre el imperio se extendieron los rumores de los más negros presagios. Era el año 1527, el mismo año en que Bartolomé Díaz, uno de los integrantes de la banda de maleantes peninsulares encabezada por Pizarro y Almagro, cruzaba la línea ecuatorial, en busca del legendario país del oro.
Tal como los presagios lo anunciaron, al sucesor elegido por Huayna Cápac, Ninan Cuyochi, no le fue bien: murió al poco tiempo, víctima también de la viruela. Todos los derechos sucesorios pasaron entonces al segundo príncipe, Huáscar.

El arribo de los Viracochas

El resto es historia muy conocida: las disputas entre Huáscar y su hermano Atahualpa empezaron aquel mismo año y derivaron pronto en una sangrienta guerra civil que desangró al Imperio y lo debilitó tanto que esa fue sin duda una de las razones para su posterior caída a manos de los españoles. La guerra le fue favorable a Atahualpa, contando con el apoyo de sus generales quiteños, Rumiñahui, Quisquis y Calcuchímac, enemigos a muerte de los cuzqueños. Los quiteños se propusieron vengar las atrocidades cometidas por los incas durante la conquista de Quito: tomaron el Cuzco, quemaron la momia de Túpac Yupanqui, y dieron muerte de la manera más horrorosa a los miembros de la panaca de Huáscar, quien fue tomado prisionero y obligado a ver el horrible espectáculo. Cuenta un cronista que, quebrado ante tales sucesos, Huáscar invocó al dios Ticsi Viracocha Payachachic: “tú que por tan poco tiempo me favoreciste y me honraste y diste ser, haz que quien así me trata se vea desta manera, y que en su presencia vea lo que yo en la mía he visto y veo…”

Templo de Viracocha en Rapchi, San Pedro de Cacha, Canchis



El mito de Viracocha, tal como lo han transmitido los cronistas españoles, es uno de los más llamativos del mundo andino: el dios Viracocha fue el Creador y Civilizador de la humanidad, que en tiempos inmemoriales recorrió todo el mundo andino haciendo su obra bienhechora hasta llegar a la costa de Puerto Viejo y Manta, cerca de la línea ecuatorial, y que caminando sobre las olas, desapareció en el mar, no sin antes profetizar que en el futuro enviaría a sus mensajeros. Por eso la gente lo bautizó como Viracocha, que significa “espuma de mar”. En su honor, el inca Viracocha (el padre de Pachacútec) adoptó su nombre tras habérsele aparecido en sueños el dios, según contaba, y construyó un templo laberíntico en Cacha, compuesto de doce corredores; sobre el altar central erigió una estatua similar a la imagen del sueño que le había inspirado el dios: representaba, según la tradición conservada por Garcilaso, un hombre de alta estatura, barbudo, vestido con una larga túnica y teniendo sujeto por una cadena a un animal fabuloso con garras de león. Una imagen que los indios creyeron reconocer en los primeros europeos llegados a estas tierras y por eso los llamaron viracochas.
Coincidencia o no, pronto el deseo de Huáscar se cumpliría. Precisamente en esos momentos llegó un mensajero de Atahualpa (que se encontraba en el norte) con una noticia increíble: en la costa de Puerto Viejo (actual Ecuador) habían aparecido los enviados del dios Viracocha. Huáscar agradecido miró al cielo: al fin la tan invocada justicia divina llegaba para favorecerle. Por su parte, Quisquis y Calcuchímac cogieron a la fuerza al mensajero y lo instaron a que diera más detalles del suceso. El emisario añadiría solamente que por noticias enviadas por los curacas tallanes de Tumbes, Poechos, Paita, Amotape, Catacaos y otros sitios se sabía que procedentes del mar había surgido una legión de dioses, y “el mayor de ellos” los tallanes “creían que era el Viracocha”. Y precisamente ubicaban su aparición en Puerto Viejo, el mismo lugar donde las viejas tradiciones contaban que el dios había desaparecido, prometiendo volver. No había dudas pues, era el retorno del Hacedor.
Pero si Huáscar lo interpretó como que Viracocha venía a ayudarlo, la gente de Atahualpa creyó que en realidad era para bendecir el reinado del inca victorioso. En efecto, Atahualpa, que se hallaba entonces en Huamachuco, “holgose mucho y creyó ser el Viracocha que venía, como les había prometido cuando se fue” y “dio gracias al viracocha porque venía en su tiempo”. Quisquis y Calcuchímac quedaron también convencidos que con Atahualpa empezaba una nueva era y tratando de borrar toda huella del tiempo anterior, quemaron en el Cuzco todos los quipus que hablaban de las hazañas de los incas anteriores. La verdadera historia del mundo empezaría ahora con Atahualpa.

Profecías de la muerte de Atahualpa

Pero poco tiempo le duraría la alegría a Atahualpa. Antes que llegaran los hombres blancos y barbudos vaticinados por antiguas profecías, un famoso adivino llamado Challco le profetizó a Atahualpa su caída y con él la del Imperio. Lo cuenta el Padre Oliva: “Challco, famoso agorero al observarlo Atahualpa, cabizbajo, melancólico, le dijo: “dime, famoso Challco, pues ahora que es tiempo de regocijos y fiestas por el próspero suceso… cuál es el motivo de tu tristeza”. Challco le respondió: “muy pronto te has de ver derribado de tu trono y despojado de tu reino y sujeto no a Huascar que en fin como humano usará contigo de fraterna benignidad sino a unos extranjeros que van surcando el mar contra la furia de los vientos, frustrando sus tormentas, han tomado puerto y lo tiene seguro en sus tierras… es gente grave, ambiciosa, temeraria, incansable en sus empresas… serás su prisonero, quitarte han la vida y con ella fenecerá tu esclarecida casa y prosapia”. Agrega Oliva que Atahualpa, todo turbado, recordó lo que su padre Huayna Cápac había dicho antes de su muerte y entonces ya no dudó más de la desgracia que le sobrevendría.

Y así fue: el Inca fue capturado por los españoles en la celada de Cajamarca, el día 16 de noviembre de 1532, una celada que al parecer también había planeado el Inca para capturar a los españoles, pero que sin embargo se volvió contra él. Cuenta Cieza que, estando en prisión el Inca, una noche apareció de pronto en el cielo un cometa verde, gruesa como un brazo y tan larga como una lanza de jineta; como los guardias españoles que estaban afuera mirasen el cielo y comentasen con asombro el fenómeno, Atahualpa entendió lo que pasaba y pidió que lo sacasen para verlo con sus propios ojos. Después de verlo se quedó muy triste y así estuvo hasta el día siguiente. Pizarro le preguntó entonces la causa de su tristeza. Atahualpa respondió: “He mirado la señal del cielo, y dígote que cuando mi padre, Guaynacapa, murió, se vio otra señal semejante a aquella.” El Sumo Sacerdote o Villac Umu confirmó que aquel cometa era señal de la próxima muerte del Inca. Y en efecto, quince días después, Atahualpa moría ejecutado (26 de Julio de 1533), tras uno de los juicios más inicuos que recuerde la historia.


Álvaro S. Chiara G.


Fuente: Historia del Perú Antiguo de Luis E. Valcarcel. Tomo III. Religión, Magia Mito Juego. Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. Primera Parte. Libro Noveno. Cáp. XIV.