miércoles, 2 de abril de 2008

PREDICCIONES DE LA CAIDA DEL IMPERIO INCA






Ocurrió hacia el año 1512, en la Plaza de Aucaypata (Cuzco). Huayna Cápac era entonces el Señor de las cuatro partes del Mundo o Tahuantinsuyo, y bajo su mando su reino se halla en su apogeo. Los límites del Imperio se prolongaban al norte hasta Pasto, en la actual Colombia, y al sur hasta el río Maule, en el corazón del actual Chile. Todo indicaba que el esplendor del Incario continuaría por mucho más tiempo, y que el Inca, ya de edad avanzada, dejaría como herencia a sus sucesores un reino estable y fortalecido. Pero entonces ocurrió lo imprevisto.



Mientras el Inca oficiaba la ceremonia al Sol o Inti Raymi en plena Plaza Mayor, como todos los años, de pronto se vió en el cielo un extraño espectáculo: apareció un anca o águila real perseguida por cinco o seis halconcillos o huaman y otros tantos cernícalos, los cuales atacaron al águila como por turnos, impidiéndole volar y tratando de matarla a picotazos. El águila, al no poderse defender, cayó en medio de la Plaza mayor, entre el Inca y los miembros de la realeza, quienes al cogerla vieron que estaba enferma, cubierta de caspa, con sarna y casi pelada. Diéronle de comer y le prodigaron muchos cuidados, pero de nada sirvió; a los pocos días el águila expiró.



El suceso era a todas luces de muy mal agüero, y el Inca llamó entonces a todos sus adivinos o laicas para que lo descifraran: todos confirmaron que era un presagio de que pronto habría derramamiento de sangre real, guerras y finalmente la destrucción del Imperio. No se trataba solo de una catástrofe pasajera: se trataba del final de todo una forma de gobierno y de un estilo de vida hasta entonces conocido. Algo que por cierto comprimió el corazón del Inca y de la nobleza. El Inca, disimulando su temor, consultó otros oráculos, cuyas respuestas fueron muy confusas. Cuenta Garcilaso (a quien hemos seguido a lo largo de este relato) que por esos años ocurrieron también cataclismos naturales que fueron como los heraldos precursores de la desgracia que sobrevendría al Imperio: muchos terremotos tan destructivos como nadie recordara o guardara memoria, sismos “que hacían caer muchos cerros altos”. Los indios de la costa fueron testigos también como el mar crecía de modo que nunca habían visto y en el cielo se vieron surcar “muchos cometas espantosos”.




Continúa Garcilaso refiriendo que una noche muy clara y serena se vio a la luna con tres cercos muy grandes. “El primero era de color sangre. El segundo, que estaba más afuera, era de un color negro que tiraba a verde. El tercero parecía que era de humo”. Un adivino o laica fue donde el Inca y le avisó que aquel extraño fenómeno era un aviso de su madre Luna de la desgracia que pronto Pachacamac (el que mueve el mundo, el dios reverenciado en el santuario de su nombre al sur de Lima) haría caer sobre el Imperio: el primer cerco de color de sangre significaba que no bien el Inca falleciera, estallaría una cruel guerra entre sus hijos y se derramaría mucha sangre de la realeza. El segundo cerco negro era un aviso que tras la guerra civil sobrevendría la ruina y el fin del Imperio, de su religión y de su gobierno, todo lo cual se convertiría en humo, que era lo que significaba el tercer círculo que se veía en la Luna. El Inca no quiso creer lo que escuchaba y despidió de mala manera al laica, diciéndole que seguramente había soñado tal cosa y no visto realmente, pero el adivino le invitó a que saliera de su aposento y viera con sus propios ojos las señales que su madre Luna le mandaba: el Inca salió y comprobó que era cierto. Mandó entonces a traer a otros adivinos, entre ello uno muy reputado de la nación Yauyos, todos los cuales concordaron con la interpretación del primer adivino, sin haberla oído previamente.
El Inca se angustió entonces, pero supo disimular su estado de ánimo y a fin de no preocupar a los suyos, fingió no creer en dichos presagios, arguyendo que no veía ninguna razón para que su padre el Sol permitiese que cayeran tales desgracias sobre sus propios hijos. Se limitó a ofrecer sacrificios a sus dioses y en consultar los oráculos de Pachacamac y el Rímac, así como otros más, pero las respuestas de estos fueron muy ambiguas o confusas. Así pasaron como tres o cuatro años sin que hubiese novedad en el Imperio, lo cual calmó en algo las inquietudes. Tal vez los dioses habrían cambiado de parecer. Pero las profecías, inexorablemente habrían de cumplirse. Garcilaso dio fe de la veracidad de estas informaciones, y cuenta que la relación de tales presagios ocurridos en tiempo de Huayna Cápac la dieron dos capitanes de la guardia del inca, cada uno de los cuales llegó hasta la edad de 80 años: Juan Pechuta y Chauca Rimache, a quienes, según dice, se les salían las lágrimas cuando recordaban esos vaticinios. Por lo demás, añade Garcilaso, que tales relatos eran de fama muy común por todo el imperio al momento de la llegada de los españoles de modo que no existe motivos para dudar de su veracidad, máxime si solo habían transcurrido unos 17 o 18 años desde lo ocurrido en la plaza mayor del Cuzco, de modo que se descarta que fuera un cuento o fábula, pues para formarse ésta es necesario que transcurra mucho más tiempo.


Otros cronistas cuentan también relatos similares. Por ejemplo, Ramos Gavilán refiere que un anciano indio llamado Tupac Huallpa recordó cómo en un cierto día en que se celebraba una ceremonia muy solemne en la plaza mayor del Cuzco, cayó repentinamente un pájaro de varios colores que nunca nadie había visto y que desde el techo del Templo habló en voz alta y dijo claramente: “presto se acabarán vuestros ritos y ceremonias y habrá otro nuevo modo de vivir”. ¿Un guacamayo venido de los antis? Tal vez en el canto o parloteo del ave exótica quisieron reconocer los incas alguna frase, tal como años después, cuando escucharon por primera a un gallo traído por los españoles, reconocieron claramente la voz “Atahualpa” en el melodioso cantar del ave de corral (por eso hasta ahora a las gallinas se les llama “hualpas” en la lengua quechua).

La profecía de la llegada de los “hombres blancos y barbados”

Por aquellos días en que los laicas o adivinos del Inca se esforzaban en interpretar el suceso del águila de la Plaza Mayor del Cuzco, los españoles de Tierra Firme (actuales costas atlánticas de Panamá y Colombia), daban precisamente los primeros pasos para llegar al Imperio Inca: se hallaban por entonces enfrascados en encontrar un “estrecho” o “brazo de mar” que les permitiera pasar del Mar del Norte (hoy Atlántico) al presumible “Mar del Sur” (hoy Pacífico). Dirigidos por Vasco Núñez de Balboa, entre los que participaban en dicha “entrada” se hallaba un subalterno hasta entonces oscuro y desconocido, un tal Francisco Pizarro, un analfabeto y que al parecer había sido porquero durante su adolescencia. Dicha expedición culminó con el descubrimiento del Mar del Sur, es decir el Océano Pacífico, el 25 de setiembre de 1513. El camino hacia el fabuloso imperio de los incas ya había sido abierto.
Balboa fue nombrado Adelantado de la Mar del Sur, y continuó las exploraciones más hacia el sur, por las costas pacíficas de la actual Colombia, en busca del territorio del Birú o Perú, como se lo empezó a conocer desde entonces. Precisamente su nave fue la que divisaron los hombres del inca Huayna Cápac, quienes de inmediato dieron el informe a su amo, el cual se hallaba en su palacio real de Tumibamba, cerca de Quito. Era el año de 1515. Aún con la preocupación del presagio del águila, Huayna Cápac comprendió entonces que aquello era la clave de todo el enigma que hasta ese momento le devanaba los sesos: recordó una antigua profecía que decía que pasado 12 gobernantes incas llegarían gentes extrañas y nunca vistas que se adueñarían del país, impondrían su gobierno, sus costumbres y su religión, destruyendo el Incario. Sacó cuentas y se enteró que él era el doceavo inca desde el fundador Manco Cápac: la profecía entonces se cumpliría tan pronto como muriera. Pero aún parecía lejano aquel día: el Inca estaba seguro que su padre Sol no lo llamaría aún.

No fue por cierta esta la única profecía que hablaba de la llegada de gentes extrañas. Un cronista registró el testimonio de un anciano del pueblo de Copacabana (Puno), quien aseguró que había oído a sus antepasados que las huacas habían declarado que gente nueva venía por la el mar y que eran hombres blancos y barbados. Que este vaticinio fue cuatro o cinco años antes que ocurriese la invasión. Contábase también que por aquel tiempo una mujer dio luz a dos niños a la vez, uno de color blanco y otro de color negro, lo cual causó mucho temor y fue interpretado como que pronto vendría gente extranjera de tales colores de piel. Todo esto motivó la celebración de muchos sacrificios en el Cuzco y en otros lugares. Pedro Pizarro dio esta versión: se dice que el famoso dios Apurímac, poco antes de la conquista, dijo lo siguiente, según lo relataba un viejo noble cusqueño: “habéis de saber que viene una gente barbuda que os ha de sojuzgar e os he querido decir esto porque comais y bebáis y gastéis todo lo que tenéis, porque cuando aquellos vengan no hallen nada ni tengáis que les dar”. Aún con todos estos presagios en contra, nada parecía indicar que aquellas predicciones funestas podrían cumplirse. El poderío de Huayna Cápac a esas alturas parecía invencible. Era improbable que mientras él estuviese en el poder un puñado de extranjeros pudiese conquistar todo un Imperio y destruirlo por completo. Era algo sencillamente alucinante.

Muerte de Huayna Cápac

Parece ser que Huayna Cápac, en los últimos años de su reinado siguió el consejo del oráculo de Apurímac, de comer y beber hasta gastar todo, para no dejar nada a los invasores que venían. En Tumibamba (reino de Quito) construyó palacios que rivalizaban con los del Cuzco. Fiestas y borracheras llenaron las últimas etapas de su reinado, tanto en su sede quiteña como a lo largo de su paso triunfal por todo el Tahuantisuyo. El Inca encabezaba las livianas diversiones. Era "vicioso de mujeres" según Cieza. Se rodeó de aduladores y lisonjeros y fue “el primer borracho del reino”. "Bebía mucho más que tres indios juntos" a decir de Pedro Pizarro. A pesar de estos vicios, Huayna Cápac era grave, valiente y justiciero. Sus súbditos le querían y le respetaban. En sus manos no corría peligro la unidad del Imperio. Pero él fue quien creó el germen fatal de la disolución, al construir en Quito una sede rival del Cuzco, creando así la causa de la futura división incaica, con lo que allanó el camino de los españoles. Si la tierra no hubiera estado dividida –reconoce uno de los primeros conquistadores– o si Huayna Cápac hubiera vivido, "no la pudiéramos entrar ni ganar".
Y en efecto, mientras vivió Huayna Cápac, aquellos extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio en grandes barcas no significaban peligro mayor para un Imperio unido bajo la férrea mano del Inca. Pero aquellos invasores llevaban en sus alientos un aliado invisible que les fue de ayuda fundamental en sus planes de conquista, pues sería el gran responsable de la hecatombe de la población indígena: nos referimos a los virus causantes de mortíferas epidemias. La primera epidemia que llegó a territorio del Imperio Inca fue la viruela, prolongación del mortal virus introducido en el Caribe en 1518 por los españoles. De allí pasó a México en 1519, avanzando por la sierra central mexicana, continuando hacia Guatemala y luego Nicaragua. En algún momento llegó a Cartagena, Darién y al istmo de Panamá, de donde se prolongaría más al sur, entre 1514 y 1527. El virus de la viruela llegó al Imperio incluso mucho antes de que la partida de forajidos comandada por Pizarro pisara territorio del Tahuantinsuyo. Las primeras víctimas de renombre fueron el mismo Inca y la nobleza.




Indio víctima de la viruela





Según Betanzos, estando en Quito, Huayna Cápac “cayó con una enfermedad que lo privó de sus sentidos y entendimiento, y le dio sarna y lepra que lo debilitó, y los señores le encontraron en tal estado”. El uso de las palabras “sarna” o “lepra” por el cronista se identifica claramente con los síntomas de la viruela, es decir un severo sarpullido en la piel e inflamaciones. Cieza coincide con Betanzos, agregando que más de 200,000 almas murieron de la epidemia en los distritos circundantes. Fue una epidemia mortífera como nunca se había visto hasta entonces entre los indios.

Garcilaso asevera que al inca le sobrevino tembladeras y una fiebre persistente tras haberse bañado en un lago, y como cada día que pasaba se agravaba su mal, supo entonces que los malos presagios que años antes le inquietaron tanto empezaban a cumplirse. Por si fuera poco, se vio en el cielo un pavoroso cometa de color verde, y un rayo cayó en la casa del Inca, señales indudables de la cercana muerte del Inca, según interpretaron los laicas o adivinos. Estando en tal trance, llamó el Inca a todos sus hijos y parientes, a sus capitanes y gobernadores, informándoles que ya su padre Sol le llamaba “del lago” (pues atribuía la causa de su enfermedad a bañarse en las aguas de la laguna), y que por lo tanto les quería expresar su última voluntad, que según Garcilaso fue textualmente ésta: “muchos años ha y por revelación de nuestro padre el sol tenemos que pasados doce reyes de sus hijos vendrá gente nueva y no conocida en estas partes y ganará y sujetará a su imperio todo, nuestro rey y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa, que en todo os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce Incas. Certifico que pocos años después que yo haya ido de vosotros vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el sol nos ha dicho, y ganarán el Imperio y serán señores de él. Yo os mando que lo obedezcáis y sirváis como a hombres que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más de las vuestras. Quedaos en paz que yo me voy a descansar con mi padre el sol que me llama”.
Si creemos lo que dice Garcilaso, Huayna Cápac pensó que los extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio eran los enviados del dios Viracocha, que según una antigua profecía arribarían tras la muerte del doceavo Inca y a los cuales aconsejaba no ofrecer resistencia, pues serían superiores a los incas. Versión que el patriotismo de muchos impide aceptar y lo consideran como una patraña del inca cronista.
Cuenta otro cronista que el rostro de Huayna Cápac, cubierto con pústulas feísimas por los estragos de la viruela, adquirió tal monstruosidad, que el Inca decidió ocultarse en una cueva. Se enviaron mensajeros al santuario de Pachacámac para preguntarle al ídolo cuál era la secreta medicina para curar al soberano; el oráculo aconsejó que sacaran al Inca al aire libre, para que recibiera los rayos del sol, pero aún así no mejoró. Estando ya en agonía el Inca dictó las últimas medidas de su gobierno. Su sucesor sería su hijo Ninan Cuyochi y en su defecto, Huáscar. Con la ceremonia de la Callpa los dioses manifestarían su beneplácito. Los nobles incas u orejones corrieron al templo. Varias llamas fueron muertas y en sus vísceras trataron de leer si sería venturoso el próximo reinado. Pero las vísceras salían molidas o dañadas: era señal de mal agüero. Presurosos tornaron los nobles donde el Inca para pedirle que cambiara de decisión y nombrase a otro príncipe; sin embargo el monarca ya estaba agonizando. Los orejones con mucha reverencia se acercaron para hablarle: el Inca ni siquiera se movió, tenía fija la mirada en el vacío. Huayna Cápac acababa de morir: ahora nadie podía cambiar su decisión. Sobre el imperio se extendieron los rumores de los más negros presagios. Era el año 1527, el mismo año en que Bartolomé Díaz, uno de los integrantes de la banda de maleantes peninsulares encabezada por Pizarro y Almagro, cruzaba la línea ecuatorial, en busca del legendario país del oro.
Tal como los presagios lo anunciaron, al sucesor elegido por Huayna Cápac, Ninan Cuyochi, no le fue bien: murió al poco tiempo, víctima también de la viruela. Todos los derechos sucesorios pasaron entonces al segundo príncipe, Huáscar.

El arribo de los Viracochas

El resto es historia muy conocida: las disputas entre Huáscar y su hermano Atahualpa empezaron aquel mismo año y derivaron pronto en una sangrienta guerra civil que desangró al Imperio y lo debilitó tanto que esa fue sin duda una de las razones para su posterior caída a manos de los españoles. La guerra le fue favorable a Atahualpa, contando con el apoyo de sus generales quiteños, Rumiñahui, Quisquis y Calcuchímac, enemigos a muerte de los cuzqueños. Los quiteños se propusieron vengar las atrocidades cometidas por los incas durante la conquista de Quito: tomaron el Cuzco, quemaron la momia de Túpac Yupanqui, y dieron muerte de la manera más horrorosa a los miembros de la panaca de Huáscar, quien fue tomado prisionero y obligado a ver el horrible espectáculo. Cuenta un cronista que, quebrado ante tales sucesos, Huáscar invocó al dios Ticsi Viracocha Payachachic: “tú que por tan poco tiempo me favoreciste y me honraste y diste ser, haz que quien así me trata se vea desta manera, y que en su presencia vea lo que yo en la mía he visto y veo…”

Templo de Viracocha en Rapchi, San Pedro de Cacha, Canchis



El mito de Viracocha, tal como lo han transmitido los cronistas españoles, es uno de los más llamativos del mundo andino: el dios Viracocha fue el Creador y Civilizador de la humanidad, que en tiempos inmemoriales recorrió todo el mundo andino haciendo su obra bienhechora hasta llegar a la costa de Puerto Viejo y Manta, cerca de la línea ecuatorial, y que caminando sobre las olas, desapareció en el mar, no sin antes profetizar que en el futuro enviaría a sus mensajeros. Por eso la gente lo bautizó como Viracocha, que significa “espuma de mar”. En su honor, el inca Viracocha (el padre de Pachacútec) adoptó su nombre tras habérsele aparecido en sueños el dios, según contaba, y construyó un templo laberíntico en Cacha, compuesto de doce corredores; sobre el altar central erigió una estatua similar a la imagen del sueño que le había inspirado el dios: representaba, según la tradición conservada por Garcilaso, un hombre de alta estatura, barbudo, vestido con una larga túnica y teniendo sujeto por una cadena a un animal fabuloso con garras de león. Una imagen que los indios creyeron reconocer en los primeros europeos llegados a estas tierras y por eso los llamaron viracochas.
Coincidencia o no, pronto el deseo de Huáscar se cumpliría. Precisamente en esos momentos llegó un mensajero de Atahualpa (que se encontraba en el norte) con una noticia increíble: en la costa de Puerto Viejo (actual Ecuador) habían aparecido los enviados del dios Viracocha. Huáscar agradecido miró al cielo: al fin la tan invocada justicia divina llegaba para favorecerle. Por su parte, Quisquis y Calcuchímac cogieron a la fuerza al mensajero y lo instaron a que diera más detalles del suceso. El emisario añadiría solamente que por noticias enviadas por los curacas tallanes de Tumbes, Poechos, Paita, Amotape, Catacaos y otros sitios se sabía que procedentes del mar había surgido una legión de dioses, y “el mayor de ellos” los tallanes “creían que era el Viracocha”. Y precisamente ubicaban su aparición en Puerto Viejo, el mismo lugar donde las viejas tradiciones contaban que el dios había desaparecido, prometiendo volver. No había dudas pues, era el retorno del Hacedor.
Pero si Huáscar lo interpretó como que Viracocha venía a ayudarlo, la gente de Atahualpa creyó que en realidad era para bendecir el reinado del inca victorioso. En efecto, Atahualpa, que se hallaba entonces en Huamachuco, “holgose mucho y creyó ser el Viracocha que venía, como les había prometido cuando se fue” y “dio gracias al viracocha porque venía en su tiempo”. Quisquis y Calcuchímac quedaron también convencidos que con Atahualpa empezaba una nueva era y tratando de borrar toda huella del tiempo anterior, quemaron en el Cuzco todos los quipus que hablaban de las hazañas de los incas anteriores. La verdadera historia del mundo empezaría ahora con Atahualpa.

Profecías de la muerte de Atahualpa

Pero poco tiempo le duraría la alegría a Atahualpa. Antes que llegaran los hombres blancos y barbudos vaticinados por antiguas profecías, un famoso adivino llamado Challco le profetizó a Atahualpa su caída y con él la del Imperio. Lo cuenta el Padre Oliva: “Challco, famoso agorero al observarlo Atahualpa, cabizbajo, melancólico, le dijo: “dime, famoso Challco, pues ahora que es tiempo de regocijos y fiestas por el próspero suceso… cuál es el motivo de tu tristeza”. Challco le respondió: “muy pronto te has de ver derribado de tu trono y despojado de tu reino y sujeto no a Huascar que en fin como humano usará contigo de fraterna benignidad sino a unos extranjeros que van surcando el mar contra la furia de los vientos, frustrando sus tormentas, han tomado puerto y lo tiene seguro en sus tierras… es gente grave, ambiciosa, temeraria, incansable en sus empresas… serás su prisonero, quitarte han la vida y con ella fenecerá tu esclarecida casa y prosapia”. Agrega Oliva que Atahualpa, todo turbado, recordó lo que su padre Huayna Cápac había dicho antes de su muerte y entonces ya no dudó más de la desgracia que le sobrevendría.

Y así fue: el Inca fue capturado por los españoles en la celada de Cajamarca, el día 16 de noviembre de 1532, una celada que al parecer también había planeado el Inca para capturar a los españoles, pero que sin embargo se volvió contra él. Cuenta Cieza que, estando en prisión el Inca, una noche apareció de pronto en el cielo un cometa verde, gruesa como un brazo y tan larga como una lanza de jineta; como los guardias españoles que estaban afuera mirasen el cielo y comentasen con asombro el fenómeno, Atahualpa entendió lo que pasaba y pidió que lo sacasen para verlo con sus propios ojos. Después de verlo se quedó muy triste y así estuvo hasta el día siguiente. Pizarro le preguntó entonces la causa de su tristeza. Atahualpa respondió: “He mirado la señal del cielo, y dígote que cuando mi padre, Guaynacapa, murió, se vio otra señal semejante a aquella.” El Sumo Sacerdote o Villac Umu confirmó que aquel cometa era señal de la próxima muerte del Inca. Y en efecto, quince días después, Atahualpa moría ejecutado (26 de Julio de 1533), tras uno de los juicios más inicuos que recuerde la historia.


Álvaro S. Chiara G.


Fuente: Historia del Perú Antiguo de Luis E. Valcarcel. Tomo III. Religión, Magia Mito Juego. Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. Primera Parte. Libro Noveno. Cáp. XIV.